Guardo el recuerdo de aquel azulejo de cerámica talaverana que, colocado en el zaguán que daba paso a los patios, tenía inscrito: «Ave María». El saludo a la Virgen oficiaba como saludo de paz y bien a cada rincón de la casa. Cuando llegaba la festividad de la Inmaculada era tradición llevar de casa en casa una imagen de la Virgen con una pequeña rendija sobre la peana de madera, a modo de cepillo recoge limosnas. Por la noche, junto a la imagen tallada en madera, se solía dejar encendida una velita sobre una palmatoria de viejo cobre, en oración por las ánimas de la familia. Frente aquella capillita de la Inmaculada, las abuelas nos invitaban a rezar el Rosario, mientras entre sus arrugadas yemas caían las cuentas de nácar de cada avemaría. A veces, frente a esa Inmaculada, se conectaba la vieja radio con el rezo del Santo Rosario que en directo retransmitía aquella Radio Popular de Albacete con el recordado padre Ángel de Andrés en los estudios de la calle Mayor y de fondo el rezo de aquellas voluntarias lectoras de San Juan. Otras veces, nuestros mayores nos acercaban a la Catedral para rezarlo en directo. Recuerdo mi impacto infantil al ver aquellas pinturas murales gigantescas del ayorense Casimiro Escriba. Me estremecía observar, sobre el arco de la vieja sacristía, las rapaces comiéndose los cuerpos caídos al infierno. Siento aún el eco del viejo reloj anunciando con precisión de compás, las en punto y los cuartos. Como también el crujir de la vieja madera de aquellos reclinatorios ante los confesionarios de don Jaime y don Pedro. Una vez en Francia, ante cierto peligro, y siendo un adolescente, me salió rezarle con toda el alma a nuestra madre María de los Llanos. A tantos kilómetros de su capilla, la sentí tan cerca. Y me escuchó. Igual que aquel día de mi primera comunión en la vieja capilla de los Salesianos de Albacete ante María Auxiliadora, oficiada por aquel salesiano misionero ejemplar que fue don Pedro Linares. Llega este domingo la Festividad de la Inmaculada. Como reza aquella emotiva canción de Raphael, de rodillas me pondré ante Ti como cuando era un niño y te llevaré rosas rojas ante tu altar. Ave María, tú sabes que yo te quiero.