«África ha sido para mí el cielo en la tierra»

SÁNCHEZ ROBLES
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«Mi vocación misionera despertó cuando estudiaba en el Seminario de Albacete Filosofía tras la encíclica 'Fidei Donum' del Papa Pío XII en abril de 1957»

Un día con toda la vida por delante decidió coger el hato de ligero equipaje machadiano cargado de un generoso contenido enmarcado en el Evangelio católico, su gran tesoro a comunicar y desarrollar en África. Se hizo misionero para dar la vida a otros, para compartir todo, para ser anunciador de un mensaje de vida y esperanza. Todo ello entendido como una gracia que Dios le ha otorgado, no como un sacrificio. Saco esta conclusión tras hablar con Ángel Floro Martínez (Ayna, 24 de febrero de 1940), cuya vida y obra han tenido como eje central anunciar como misionero el Evangelio en varios países africanos. Es lo que ha hecho durante toda su vida este sacerdote albacetense, que ahora es obispo de la diócesis de Hwange en Zimbabwe, la antigua Rhodesia del Sur. En la actualidad está en Albacete para mejorar e impulsar los latidos de su maltrecho corazón, dañado en sus coronarias, pero ya reparado por las expertas manos del cirujano cardíaco Gonzalo Aldamiz y su equipo de Recoletas.

La infancia de Ángel transcurrió en Ayna. Pienso que la profesión de su padre, Godofredo, cartero del pueblo serrano, adquirió una dimensión más sublime en el hijo para acercar cartas, en este caso evangélicas, llevando noticias y vida al pueblo africano. El testimonio de su madre, Dolores como la influencia de su tía, Carmelina  de Elche de la Sierra fueron también decisivos, en la vida de este hombre para orientarla hacia el sacerdocio. Don Suceso, el sacerdote de la parroquia de Ayna, apoyó a este joven que tras hacerse monaguillo decidió ir al Seminario con doce años en la etapa de creación de la diócesis de Albacete en 1953.

«Estudiando Filosofía surgió mi vocación misionera con motivo de la Encíclica de Pío XII, Fidei donum. Decidí involucrarme en el Instituto Español de Misiones Extranjeras. Estudié Teología en Burgos en el Seminario Nacional de Misiones, ordenándome sacerdote el 29 de junio de 1965 para luego cumplir en Albacete el rito del envío de la diócesis como misionero a la antigua Rhodesia en el mes de octubre de ese año, destino que solicité en primer lugar, pues el que fue nuestro rector en Burgos era obispo de aquella diócesis africana», expuso Ángel Floro.

África le atrae como lugar más misionero por lo que se planteó ese reto. «Me encontré una situación política muy grave en plena época de guerras de independencias. Llegué a la diócesis de Hwange como primera misión, donde estuve dos años. Luego el obispo me mandó a Filadelfia (EEUU) para hacer dos másters. Pasé posteriormente a Uganda al Centro Pastoral, hecho que me vino muy bien para conocer con más detalle la problemática y cultura africana. Más tarde fui director del Centro Nacional de Formación de Catequistas en Hwange durante seis años. Me asignaron la dirección del Seminario, que tenía más de treinta jóvenes. Todo ello en plena guerra de independencia en el país, con mucho peligros».

Cuando la situación política se calmó, llegó en 1980 un nuevo cambio a la vida de este misionero albaceteño, regresando a la diócesis de Hwange como director de un centro de pastoral. «Éramos ocho sacerdotes para doscientas comunidades, dedicándonos a la formación de ministros laicos y así contar con equipos de diferentes ministerios eclesiásticos en cada pueblo. Me llamaron más tarde a Madrid para trabajar en la animación misionera en España durante unos años, recibiendo tras esta etapa la llamada del obispo para encargarme la responsabilidad de vicario general y ecónomo de la diócesis de Gokwe para formar la parroquia urbana y crear la catedral a la que dimos el nombre de San Juan Bautista a imagen de la de Albacete con la que hicimos un hermanamiento. Fue una experiencia muy rica», matizó el obispo albacetense, que fue consagrado en el episcopado el 19 de febrero del año 2000.

«Mi idea es quedarme en África, es mi ilusión, pues en mi vida es la gloria en la tierra. Siento una paz, goce, paz, satisfacción enorme y doy gracias a Dios por la misión y el pueblo con el que he vivido. Me impactó su fe y espíritu religioso, su hospitalidad y generosidad». Son palabras de un hombre ejemplar, de un obispo que ha aportado tanto, sal de la tierra, luz del mundo africano, pues monseñor Ángel Floro Martínez ha sido un enviado tremendamente generoso de Dios en África, elegido para cumplir la misión de la Iglesia «comunicando la alegría del Evangelio a través de una vida animada por la fe, marcada por la caridad y capaz de irradiar esperanza». Es frase misionera de Benedicto XVI que nuestro obispo ha cumplido con carisma y perfección. Ángel, hombre de Dios en la tierra. Su testimonio deja huella. Misión cumplida. Así, amén.