Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Viajar

07/06/2024

No soy yo muy de viajar. En general, los viajes me dan pereza, los aeropuertos me aturden y me horroriza cagar en váteres ajenos, sobre todo si son públicos. En esto he sido un profesor atípico, porque si hay algo que caracteriza al docente actual es su obsesión por emplear en desplazamientos la mayor cantidad posible de días lectivos, un sueño que hoy se ha materializado gracias al programa europeo Erasmus +, que consiste en gastar el dinero público en convertir los institutos en agencias de viajes low cost. En la peculiar jerga del invento, esto se denomina «movilidades». Hace unos días, algunos de mis antiguos compañeros se quejaban de la abundancia de viajes programados en el instituto para el mes de junio, una época especialmente complicada por la abundancia de exámenes y recuperaciones. Uno de ellos, en concreto, decía sentirse mortificado por la imposibilidad de programar pruebas de evaluación, dado que buena parte de los alumnos se han embarcado en estas prácticas nómadas, con el beneplácito de la directiva del centro y la complicidad de buena parte del claustro. El destino es lo de menos. Lo único que parece importarle ahora al profesorado más «cool» es tomar las de Villadiego a gastos pagados, acompañando a grupos de alumnos que en ocasiones son exiguos, y dejando atrás a los compañeros que no viajan para que se hagan cargo de sus horas lectivas. El perfil de docente que triunfa hoy en día es viajero, bullanguero y amante de las actividades, con lo que el profesorado se parece cada vez más al colectivo de animadores de hotel. Lo realmente triste es que aquellos que prefieren permanecer anclados en sus aulas e impartir sus materias suelen sufrir la crítica y el ostracismo de sus compañeros, de los padres y de los equipos directivos. Se convierten en lo que se conoce comprofesaurios» y, como tales, están condenados a la extinción.