Javier del Castillo

Javier del Castillo


Un regalo envenenado

07/01/2025

Decía un veterano colega que de joven quiso cambiar el mundo y ahora se conforma con que los empleados del ayuntamiento le retiren las hojas de la puerta de casa. El paso del tiempo ha reducido los grandes sueños, los grandes ideales, en una cuestión tan elemental y sencilla como la de que nos limpien la calle. Después de haber conseguido lo más importante, dejar atrás la dictadura y recuperar las libertades, el inconformismo y la rebeldía han ido dejando paso a la autocomplacencia y a un comedido desencanto.

El desencanto se refleja en su mirada. La realidad, como la política, también se contempla de manera polarizada. Ni tan siquiera nos ponemos de acuerdo en lo que está pasando. En lo más fundamental. Para quienes están en el gobierno, sólo existen datos económicos positivos que se traducen en un bienestar que quizá no sabemos apreciarlo. No deberíamos de quejarnos, porque estamos mejor que queremos. Sin embargo, a la oposición le interesa mucho menos la buena marcha de la economía y fija su atención en los casos de corrupción que salpican directamente a Pedro Sánchez y, cómo no, en la evidente fragilidad de su Gobierno.

La política española se mueve entre la incertidumbre, la improvisación y el desasosiego. Y, lo que es peor, sin que aparezca en el horizonte la posibilidad de acuerdos y consensos en asuntos de Estado entre los dos principales partidos. Es más, da la sensación de que existe un interés oculto – por parte de unos y de otros – a la hora de incidir en los enfrentamientos. En los próximos meses lo iremos viendo.

Lamentablemente, una de las principales iniciativas de Pedro Sánchez en este nuevo año es volver a sacar de la tumba al dictador, para que tengan que retratarse el Rey y quienes supuestamente son sus herederos en el cincuenta aniversario de su muerte. Si hace falta, se pueden hasta olvidar las celebraciones de la democracia que vino a sucederle.

En lugar de reconocer la transformación evidenciada por nuestro país a finales de los años 70 y en la década de los 80, con Felipe González en el Gobierno, al nuevo inquilino de la Moncloa se le ha ocurrido mirar de nuevo al pasado más lejano, por falta de confianza en ese futuro incierto que, por otra parte, le espera.

Si, en estos momentos, lo que demanda nuestro país es celebrar la muerte de Franco hace medio siglo, cuando muchos de quienes nos gobiernan ni habían nacido y otros muchos desconocen la lucha, el compromiso y la valentía de quienes fueron privados de libertad por combatir la dictadura, apaga y vámonos. Estoy de acuerdo en que no debe borrarse de la memoria ese pasado, aunque sólo sea para intentar que no se repita, pero haciéndolo de una manera menos rastrera y partidista. Analizando – cosa altamente improbable – los errores y las equivocaciones de los protagonistas de aquella triste etapa de la historia España.

A quienes han tenido la idea de resucitar de nuevo a Franco no les mueve – desgraciadamente – la intención de la reconciliación y el entendimiento, sino la búsqueda descarada de una rentabilidad electoral que ni siquiera respeta la paz de los cementerios. Por otro lado, es mucho más fácil luchar contra Franco ya muerto que cuando lo hicimos muchos otros, y todavía estaba vivo.

El año de Franco me parece otro despropósito. Un nuevo retroceso.