Javier del Castillo

Javier del Castillo


Admirable Vargas Llosa

15/04/2025

En el título de su última novela, «Le dedico mi silencio» (2023), algunos quisieron ver una velada referencia a su última etapa vital en un mundo superficial que no era el suyo. Nada más lejos de la realidad. El talento de Mario Vargas Llosa estaba por encima de esas pequeñas miserias y vanidades. Y muy por encima también de los mediocres que ponen etiquetas, en lugar de enriquecerse con la obra de uno de los más importantes escritores del siglo XX y principios del XXI.
El protagonista de esa novela, Toño Azpilueta, sueña con un país unido por la música criolla. Es un periodista enamorado del folclore, un estudioso de la música popular, empeñado en buscar la concordia y la convivencia en un país fragmentado (Perú). 
Su alma soñadora deja entrever el deseo nunca hecho realidad de Vargas Llosa. Hoy, mientras lloramos su pérdida y nos hacemos a la idea de la dura orfandad que nos espera, me vienen a la memoria algunas anécdotas que tuve la suerte de compartir con el autor de «La ciudad y los perros», «Conversaciones en La Catedral», «La Fiesta del Chivo», «Lituma en los Andes» o «Cinco esquinas».
En la primavera de 1997, Mario viajó a Madrid desde Londres, donde residía, para promocionar la novela erótico festiva «Los cuadernos de Don Rigoberto», editada por Alfaguara. En esa época yo era redactor jefe de Sociedad y Cultura en el semanario «Tribuna de Actualidad» y le hice una entrevista en la cafetería del Círculo de Bellas de Madrid. Amable y jovial, como siempre, Vargas Llosa contestó a todo tipo de preguntas, algunas relacionadas con su 'jodido Perú'. 
Al finalizar, tras posar para las fotos junto a la escultura de una mujer desnuda, me pidió un favor: «cuando se publique la entrevista, si es tan amable, mándeme un ejemplar de la revista a mi domicilio londinense». Me dio su dirección y así lo hice unas semanas después. En otoño de ese mismo año, coincidimos en la gala de los Premios Planeta en Barcelona, a la que yo asistía como responsable de Cultura del semanario que entonces dirigía nuestro paisano y amigo Antonio Pérez Henares, y tuvo una reacción que no suele ser frecuente en el olimpo de las letras. 
Tras reconocerme en medio de una multitud que esperaba a la entrada de los salones del Hotel Princesa Sofía, se acercó para saludarme y agradecerme el haberle enviado a Londres un ejemplar con su entrevista. También para decirme que había reflejado con fidelidad el contenido de la conversación.
Ahora, cuando nada más levantarme leo el comunicado de la familia, me acerco a la librería y me quedo mirando las portadas de algunos de sus libros, especialmente la de su última obra, «Le dedico mi silencio», ilustrada con el cuadro «Los músicos» de Fernando Botero. Y me imagino a Toño Azpilcueta desesperado, en su ímprobo esfuerzo por conseguir que Perú se uniera a través de la música criolla. Como le hubiera gustado, en definitiva, a Vargas Llosa, que defendía y luchaba por la libertad individual.
«Gozó de una vida larga (89 años), múltiple y fructífera y deja detrás una obra que le sobrevivirá», dice el comunicado facilitado por su familia. Mario Vargas Llosa – Premio Nobel de Literatura, Premio Cervantes, Premio Príncipe de Asturias, Premio Rómulo Gallegos, Académico de la Real Academia Española y tantos otros – había regresado recientemente a su Lima del alma, buscando la cuna en la que descansar después de una larga y emocionante travesía. Tras haber vivido una vida de novela.
Se ha marchado sin hacer ruido. En la intimidad y el sosiego del guerrero. Como quería. El domingo fue un día triste: nos dijo adiós uno de los más grandes. Un escritor enorme. Un hispano-peruano universal, que defendió la libertad por encima de todo. Un intelectual comprometido, que además sonreía.