El caso Milei y Pedro Sánchez es solo una pelea de políticos narcisistas. Ni mucho menos es un problema entre dos naciones hermanas como España y la Argentina. Confieso mi debilidad por la patria de Sábato, Yupanqui, Cafrune, Cortez, Cabral, Gardel, Piazzola, Sábato o Mario Kempes. Junto a mi mujer pisé las calles de mi Buenos Aires querido. Desde el barrio de Recoleta hasta el de Palermo, pasando por el teatral de Corrientes. En sus viejos cafés de La Biela o Tortoni, degusté ese sabor del tiempo detenido y observé a la par el tranco humano inconfundible del bonaerense, mientras que de fondo sonaba un bandoneón. En San Telmo vi bailar un viejo tango y entendí aquella sentencia de Enrique Santos Discépolo de que el tango es un pensamiento triste que se baila. Tengo amigos argentinos que son como hermanos. Ahí está el doctor Juan Garcés, quien creció en la provincia de San Luis y llegó a España huyendo de aquellos terribles milicos de Videla y Galtieri. Juan borda la milonga junto a Sebastián Vita. Este gaucho Sebas es un monumento andante de todo lo humano. En la infancia, mi padre nos contó aquel día de junio de 1946 en que, junto a miles de madrileños, arropó a Evita Perón en su paseo triunfal por la Gran Vía. Aquella España, famélica y aislada, agradecía así a la Argentina el millón de toneladas de trigo y maíz donadas para llenar las despensas de los españoles. Luego a mi viejo lo vi emocionarse cuando Nacha Guevara cantó la primera versión en español del No llores por mi Argentina, en honor de Eva Duarte, la reina de los «descamisados». Señores Milei y Sánchez, no manchen la íntima relación entre españoles y argentinos. En Madrid o en Buenos Aires siéntense con urgencia ante un buen vino Rioja y un mate argentino. Luego pónganse de fondo la canción Con la frente marchita de ese Joaquin Sabina que busca por la bonaerense Plaza de Mayo el amor de aquella argentina que tuvo puesto en el Rastro madrileño. Olviden el agravio que picotea su ego desmedido y abrácense. España y la Argentina merecen otra cosa