Antonio García

Antonio García


Julio Iglesias

17/03/2025

Pocos personajes nos pueden interesar menos que Julio Iglesias, y sin embargo hemos leído con mucho gusto El español que enamoró al mundo porque su autor, Ignacio Peyró, sí nos interesa. En las biografías es difícil la objetividad: o se carga contra el personaje, ventilando los trapos sucios, o se apuntalan sus bondades taponando los vicios. Ni que decir tiene que nosotros, cotillas de vocación, preferimos las primeras. Peyró ha optado por una biografía blanca, tan blanca como los trajes de Julio, tan risueña como sus canciones, a la que sólo la ironía alivia de incurrir en el panegírico simplón. Los únicos puntos negros los aportan un mayordomo despedido -un clásico en el mundo de los famosos- y su representante Alfredo Fraile, desacreditados por el biógrafo, pero mucho más fiables que el resto de los testimonios. Se observa con razón que Julio, aparte de alguna reclamación de paternidades, es el único artista que teniendo más papeletas que nadie se ha librado de la rifa de cancelaciones actual, y ello sólo puede deberse a que ha sabido borrar los rastros o a que efectivamente es un caballero, vale que dueño de un harén en sus mejores momentos, pero administrado con la galantería de los golfos que caen bien a todo el mundo. El misterio, que no queda desvelado por Peyró en su biografía -aunque se apunta su enorme capacidad de trabajo-, es cómo un tipo así, de tan dudosas capacidades vocales, interpretativas o compositivas, tan reñido con la inteligencia, consiguió imponer su arte en el mundo. Terminada la lectura, el sujeto de esa vida tan bien aprovechada nos interesa menos que antes de emprenderla, o sea menos que nada.

ARCHIVADO EN: Julio Iglesias, Arte