Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


Rafael

20/02/2025

No Sanzio, el pintor del Renacimiento, aunque probablemente nuestro protagonista hubiera querido tener algo que ver con él. Tampoco el cantante, que es de Linares y escribe su nombre con ph, grafía que viene de los griegos y llega a nuestros días. Es Rafael Torres, señor de la Mancha, tomellosero nacido en Madrid, que era lo que ocurría cuando en el pueblo no había asistencia sanitaria alguna. Aire de místico, aunque también de héroe clásico, ha llevado la Cooperativa Virgen de las Viñas a lo más alto del mundo, donde se miran los dioses del Olimpo y ven reflejada su obra. Sin embargo, Rafael es la humildad personificada, el sacrificio, la generosidad y la entrega. De ahí su grandeza enorme, ciclópea, como la de aquellos molinos que Don Quijote confundió. La Mancha es una tierra inmortal y Tomelloso, el amanecer del vino, de donde nace el fruto que luego vierte la llanura toda. El pueblo del talento y la carestía… Si Tomelloso florece es porque nunca tuvo nada y lo que consiguió lo ganaron sus habitantes a base de esfuerzo y músculo. Son tan grandes que hasta se ríen de ellos mismos.
Rafael es un caso único, digno de estudio. Trata con igual respeto al obrero y al rey, exige y ofrece idéntica cordialidad a quien lo mira bien o de reojo. Ayer nos abrió a un grupo de amigos las puertas de su casa y nos enseñó la ingente obra que ha hecho en los últimos veinticinco años. Colosal, impresionante, sin palabras. Si las cifras son mareantes, trescientos millones de kilos de uva al año, ver la realidad ante tus ojos es aún más arrebatador. Cómo los hombres han sido capaces de levantar una obra tan hermosa, gota a gota, grano a grano, a base de esfuerzo, sudor y coraje. Si la Mancha tuviera agua, sería el jardín del mundo, el Tigris y el Éufrates bajaría por sus piernas como arroyos encantados. El patrimonio de la cooperativa y Tomelloso es sorprendente. Hay una red viaria por debajo del suelo que comunica el pueblo a través de sus cuevas. Cuando en la Mancha no hay algo, picamos hacia abajo. No hay mar, pero encontramos los acuíferos… El calor de julio es insoportable, pero cuidamos al vino en la cueva, bajo tierra, con el mimo de los años, los siglos, los padres, hijos y abuelos. No me den talento, llévenme a Tomelloso y déjenme observarlo varios días desde la puerta. Es la madre del agua y el vino mientras su vientre revienta contra el suelo y hacia abajo.
Rafael es un fraile cartujo, disciplina, tesón, encanto, sonrisa. Dice que le gustaría morir una mañana en su mesa de trabajo, con las botas puestas, mirando la llanura y viendo entre sus labios cómo termina esto. Me honra con su amistad y eso ya vale una vida entera. En realidad, lo recuerdo como a mi padre y su figura se agiganta. Le gusta la pintura, el arte, la poesía. Invierte en cultura y es un gran mecenas. Al atardecer de mis días, su ejemplo será la sombra de un árbol que dio frutos tan hermosos como él.

ARCHIVADO EN: Tomelloso, Cooperativas, Madrid