Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Vicente Rouco

12/04/2025

Para mi familia -la familia Bello- don Vicente Rouco ha sido algo más que nuestro presidente del Tribunal Superior. Por de pronto nos ha ido acompañando en algunas virtudes que hoy parecen haber perdido aprecio -yo no lo creo- y una de ellas lo ha sido su valentía jurídica. Recuerdo horas y horas de despacho en que mi padre apuntaba uno u otro fundamento de un auto o sentencia -en el trámite de derechos fundamentales- donde admiraba la técnica y su entereza en asuntos donde asomaba la redacción firme de don Vicente como ponente y como límite a la injerencia política. En pandemia -ya no vivía mi padre- no me sorprendió su decisión leal para con todos cuando sumó al detalle las víctimas de acuerdo a sus noticias -no siendo fácil reportar tal exactitud al Gobierno de la nación en aquellos tiempos de gran tribulación. Con don Vicente he debido soslayar el tuteo y al tiempo el trato de usted -así que busqué el modo preciso en el trato que ya siempre fue el de llamarlo don Vicente y a partir de ahí tuve algunas conversaciones -ojalá hubieran sido más- que apuntaban al camino trillado y largo de la democracia liberal y nuestra tradición judeocristiana-. El 2 de diciembre de 2005, don Vicente Rouco publicó un artículo en este diario, glosando su amistad para con mi padre -mi padre lo enmarcó y le dio un lugar preferente-. Don Vicente estuvo muy presente en la carrera institucional de mi padre y yo soy testigo de su admiración mutua y de los consejos que, al calor de aquélla, nos procuraba mi padre a sus hijos abogados -más tarde a Lucía Bello como fiscal y a Pelayo Moreno Bello, también abogado-. Yo tuve la fortuna, en el desempeño de mi discretísima actuación como cónsul de Rumanía, de acceder a su trato elegante -don Vicente siempre favoreció, como un deber, algo que hemos olvidado y que se requiere imprescindible para el ejercicio de la magistratura: la liturgia, quizá la paciencia serena en la vida cotidiana de lo público -y seguramente algo más-. Hace unos días se le rindió homenaje como acto sincero para honrarle y mostrarle respeto y admiración -o lo que es igual: un homenaje de los de antes como celebración conjunta-. Ajena a la dimensión pública he observado en don Vicente su privado patriotismo constitucional y su todavía más discreta fidelidad moral y religiosa. Así que para mi familia -la que ya no está y para la recién llegada- don Vicente Rouco significará siempre mucho.