El 4 de marzo de 2024, la Asamblea Legislativa Francesa constitucionalizó el aborto. La Unión Europea tiene planeado hacerlo el 11 de abril. La historia de la regulación del aborto ilustra elocuentemente el avance de nuestra civilización hacia la oscuridad más peligrosa.
Desde tiempos remotos, la humanidad ha practicado el aborto, asesinato, robo y prostitución. Ello no impidió a nuestros ancestros reconocer que todas esas conductas eran inmorales e ilegales, algo a evitar.
En 1973, la Corte Suprema de los EEUU justificó el aborto en casos extremos. El aborto inducido fue legalizado en muchos países. El eufemismo «interrupción voluntaria del embarazo» demostraba que acabar con una vida humana seguía siendo algo inmoral. Atentaba, además, contra el derecho constitucional a la vida, el primero de los derechos fundamentales (DUDH de 1948).
A finales del siglo XX, la mayoría de los países aceptaron el aborto a discreción. No es necesario buscar una causa legitimadora si negamos que el feto sea un ser humano. La nueva legislación se daba de bruces con la verdad científica. Difícilmente encontraremos en el mundo tres genetistas que sitúen el origen de la vida humana en un momento diferente a la unión entre el espermatozoide y el óvulo. Matar a una persona siempre será inmoral.
La actual inclusión del aborto entre los derechos fundamentales de la Constitución pretende despejar toda sombra de inconstitucional e inmoralidad. ¡Imposible! Choca directamente con el derecho a la vida y la igualdad allí recogidos. La verdad es la que es. No depende de mayorías parlamentarias, modas culturales o neologismos.
La noche seguirá siendo noche por más que la iluminemos con fuegos artificiales. ¡Malos augurios para la sociedad que se empeñe en vivir de noche! El mal se esconderá más fácilmente pero sus estragos se multiplicarán.