Castilla-La Mancha es tan singular que no tiene nada que envidiar a otras regiones. Mira si será particular -como el patio de mi casa- que además de montañas tiene también playa. Podemos hacer un croquis para que lo entienda Patxi López, aunque, dependiendo de la amplitud de miras del receptor, hay cuestiones que son difíciles de explicar. Lo del mar de Castilla es un tanto pretencioso, no hay que ocultarlo, pero en los años hidrológicos generosos -siempre con la venia del Levante- permite a los locales tirarse el pisto mientras el agua ocupa mucho más allá de lo que la vista permite contemplar. Lo de las montañas lo comprenden hasta los cortos de entendederas, con picos señeros colonizados cada fin de semana por madrileños que quieren escapar de la masificación de las sierras de su comunidad, llevando sus peregrinaciones a las de Guadalajara. Les gusta mucho el Pico Ocejón y El Lobo; les cuesta un poco más el Centenera, aunque no alcance la altitud de los otros dos. Está la Sierra de Cabras en Albacete, los Montes de Toledo, compartiendo el Pico del Amor en la provincia de Ciudad Real. La Serranía de Cuenca es otra joya tan atractiva como desconocida. Y mejor así, defienden algunos paisanos de la zona.
¡Ya lo creo que Castilla-La Mancha es singular! Es una región cuyo centralismo toledano trata de mimetizar a los castellanos con los manchegos, en una identificación tan errónea como hiriente para las gentes del norte de la comunidad. No se trata de un nacionalismo simplón. Es tan sencillo como llamar a las personas por el gentilicio de la zona geográfica en la que habitan, y, si no tienen ni un centímetro de Mancha en sus territorios, difícilmente se les puede llamar manchegos, por mucho que la cartelería invada las carreteras con Quijotes y molinos. La singularidad implica también diversidad, eso que tanto defienden los progres, pero sólo cuando les interesa.
En Castilla-La Mancha tenemos también buena parte de la Siberia española, no sólo por el frío que se instala cada invierno en el denominado triángulo del pasmo, con Molina de Aragón como ejemplo recurrente. La comarca del Señorío abarca más de 3.500 kilómetros cuadrados de superficie donde no llegan a 8.000 personas viviendo, lo que supone una densidad que apenas alcanza a las dos personas por kilómetro cuadrado. Es la zona cero de la despoblación en España, dejando las milongas de la España vacía o vaciada, a las que recurren los que quieren ganar pasta con una situación que no deja de ser un drama. ¿Quieren más singularidad? Tenemos linces y azafrán, miel y ajos con denominación de origen, quesos y vinos, con otro epíteto que, esta vez sí, permite presumir: la bodega de Europa.
En esta región que es la nuestra lo que no tenemos son independentistas ni movimientos rompedores que condicionen el Gobierno de España. No tenemos la fuerza de otras comunidades porque la ley permite que siete votos valgan más que 137. Y lo que sí que tenemos son políticos que avalan con sus votos en el Congreso y en el Senado la mayor estocada a la igualdad entre los españoles. De eso se trata la ley de amnistía y esa financiación singular -llámenlo concierto- que el PSOE está pactando con los separatistas, como nueva condición para que sigan dándole su apoyo, pero que no será la última. Esos diputados y senadores tienen que asumir que se les señale como responsables de tal fechoría, porque les va en el sueldo y en la decisión que toman. Se presentan como víctimas y reclaman mesura, mientras permiten que los ciudadanos de su tierra vayan a pagar más a pesar de que van a recibir menos.