«El presentador de la televisión estatal en Francia sacó una imagen donde un perrito simulaba ser Mahoma con el Corán en la mano, riéndose con la broma». ¿Es posible algo así? Impensable. Ni allí ni en el Reino Unido y mucho menos en Bélgica, el país europeo con mayor número de yihadistas y continuos intentos de atentado, con una población musulmana creciente e intentos de imponer la ley islámica en algunas zonas a donde la policía ni se atreve a entrar. Supondría una revuelta violenta con efectos monstruosos para todos y alentar el extremismo fanático, como ya hemos visto en otras ocasiones incluso con medios de información privados, intentando estrangular las libertades occidentales, ahora amenazadas por tantas partes.
El respeto en un medio público, sin embargo, parece fundamental. Mas en España una humorista mostró en la hora de máxima audiencia, para dar comienzo al nuevo año, una estampita que muchos consideran de mal gusto y poco respetuosa porque muestra la tradicional figura del Sagrado Corazón de Jesús bendiciendo, aunque en la forma de una cómica vaquita, lo que no pocos han percibido como una inaceptable blasfemia en un sistema de comunicación público, pagado con los impuestos de todos, en un estado aconfesional y que debería ser neutral.
El presidente de dicho medio, esbirro del gobierno, como su directiva, declaró: «Hoy otra generación ha protagonizado las Campanadas de Radio Televisión Española. Tienen otros códigos, otras preocupaciones (vivienda, diversidad), se esfuerzan por dirigirse a cada uno en su propia lengua (...)», pero la diversidad oficial no incluye a la religión mayoritaria en España, el cristianismo católico.
Algunos consideran excesiva la reacción crítica: conviene tomarse las cosas con humor, pero ¿sería aceptable, como se ha señalado, una bromita similar sobre el aspecto físico, grueso, de la humorista? ¿Y sobre el feminismo, sobre los trans, sobre los musulmanes? Solo hay juego burlón en ciertas direcciones, otras están protegidas y ahí el humor es severamente censurado. Un medio público, estatal, debería mantener una cierta ecuanimidad, pues sus comunicaciones han de ser respetuosas. Nuestro gobierno, como suele ocurrir con las izquierdas, se alía con sus mayores enemigos, los fundamentalistas musulmanes, mientras denigran las propias tradiciones culturales y la religión cristiana que ha forjado Europa durante milenios.
En Nueva Orleans, los norteamericanos iniciaron año con un atentado terrorista que, indiscriminadamente, atropellaba viandantes: quince muertos, treinta heridos. Llevaba la bandera del maldito Estado Islámico: «por sus frutos los conoceréis». Extensión del horror con inocentes asesinados por odio engendrado en el seno de una religión fanatizada, terror que también inició el año con veintisiete cristianos martirizados en el Congo, y sigue en otros países africanos: Sudán, Somalia etc.
Estamos sufriendo una guerra global del islamismo radical contra Occidente, que vamos perdiendo (Siria, Afganistán, etc.), mientras, con inmigración indiscriminada, el cáncer fanático en nuestras sociedades crece.