Carlos Rodrigo

Entre columnas

Carlos Rodrigo


Los espejos desdoblados

27/05/2024

Hay quien piensa que para reconocerse a uno mismo es necesario parar, templar y mirarse al espejo. 
Salir de casa sin máscara, cerrar las puertas de la apariencia, bajar las escaleras de nuestra fragilidad y mirarnos al espejo de nuestra desnudez antes de pisar la calle, sin limitarnos a meter tripa y alisarnos la ropa, sino sumergirnos en los pliegues del rostro, penetrar en las arrugas, en las heridas y en las cicatrices del alma.
Otra manera de ahondar, quizá más objetiva e imparcial, es el desdoblamiento, aventurarse dentro del espejo y mirarse a uno mismo a través de los demás, porque 'pintar a', 'escribir sobre' otro también es desdoblarse. De manera que sí, me temo que para conocerse a uno mismo debemos tomar distancia y convertirnos en otro.
Enrique Galindo es poeta y es pintor y en su libro 'Los espejos desdoblados' (Celya 2024) rinde homenaje hasta a 35 pintores y escultores a través de los versos que le ha inspirado el diálogo con sus obras. 
Un recorrido intelectual, sentimental y de asombros por sus autores preferidos, aquellos que han conformado su alma creadora.
El Greco, como suerte de dios artístico primordial. Aquel que, en su mágico ensimismamiento, dijo aquello de que «la pintura es la única que puede juzgar todas las cosas» en un hermoso homenaje a Juan Sánchez.
Fiedrich y Turner, que elevaron el paisajismo a categoría de arte mayor, se emparejan con Bécquer y Pepe Hierro advirtiéndonos, mientras pasean por las nubes, que no debemos permitir que lo concreto nos destroce, que tocar lo intangible es ver un cuadro desde el borde de la vida.
Monet ejerce de Rafael del agua, de nómada de la luz y cazador del instante logrando sentarse a pintar a la sombra de la perfección.
Munch y Van Gogh, como suerte de hermanos separados al nacer, haciendo arte de su sufrimiento más íntimo, pero sin dejarnos de recordar que por mucho que la noche sea negra también tiene lunas.
Klimt y Schiele hacen de sus símbolos un rayo de luz que de una sola tormenta dibuja un cuadro completo único y sin correcciones ni concesiones.
Alberto Sánchez, Giacometti, Gabriel Cruz Marcos como amasadores y amansadores del hierro, tan fieramente humanos, aspirando a todo, sin mudar barba, ni sonrisa, ni materia.
Esteban Vicente, Rothko, despojando el cuadro hasta quedarse solo con el color, la luz que permanece en lo ya deshabitado, que no en el olvido.
El emotivo diálogo de Frida Kahlo y María Luisa Mora a cuadro y verso limpio, ungidas por el don de la batalla.
Pollock y Bacon: ¿puede la magia surgir de la caja de Pandora?
La ventisca sobre blanco de Zobel, el teatro de la escultura de Juan Muñoz y las instalaciones hechas arte de Cristina Iglesias, el rigor que no cesa de Luis Acosta, el provocativo anonimato de Bansky…
Poemas pintados y pinturas poemadas conversan en este libro muy recomendable para quien quiera liberarse, viajar de cuadro en cuadro, de libro en libro.

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