Recientemente celebramos el día de las librerías, aquellos lugares en los que se venden, guardan, atesoran, custodian libros por esos cancerberos de la imaginación y el conocimiento llamados libreros.
Siempre me pareció un mito eso de que los libros son para todos, que cada persona tiene su libro. Yo creo que los libros, la sabiduría de los libreros y la calidad de las librerías son para el que se las merece.
Hay quien se merece 'Madame Bovary' y hay quien se merece 'Manual de Resistencia', sin que ello implique necesariamente quedarse saciado o desnutrirse, ya que no todo el mundo tiene las mismas necesidades bolo alimenticias.
Hay gente endiabladamente feliz porque no leyendo un libro en su vida o leyendo siempre el mismo libro no se suele tener dudas, y eso no deja de ser, según se mire, sobre todo para los pastores, una bendición y una tremenda suerte.
Mucha gente no lee porque no quiere, no sabe, recela o directamente le da miedo. Otro cantar es el de la gente que no lee porque no puede. A día de hoy más de 750 millones de personas no saben leer, de las que dos tercios son mujeres, y 250 millones de niños no alcanzan las competencias básicas de lectura, que durante la pandemia se dispararon a más de 600 millones.
Siempre he admirado a los libreros. Recomendar un libro siempre me pareció una gran responsabilidad, saber qué libro le queda bien a uno es realmente complicado. Con unos vaqueros se ve rápido por más que soltemos mentiras piadosas o mercantilles, pero con un libro es bastante difícil saber qué letras no nos marcarán cartucheras.
Por no hablar de cuando uno viene a comprar un libro para regalar a alguien que creía conocer, o se da cuenta en ese momento de que nada sabe de sus gustos. «Pues una chica jovencita, quince o dieciséis años, le gusta leer creo, para que no esté todo el día con el móvil…» En fin, no son las mejores pistas para acertar con la lectura idónea sino más bien para cometer un crimen literario perfecto. Más ahora en el que nos auto idiotizamos con lecturas unidireccionales y recurrentes que confirman machaconamente lo que sostiene nuestro bando y exorcizamos cualquier tipo de espíritu crítico o reflexivo, no nos vaya a dar por tener iniciativas.
Desde un meme impreso al libro de libros que es la Biblia (biblia viene de biblion, libros, derivada de Biblos, rollo de papiro) las posibilidades son infinitas, muchas veces terriblemente agobiantes, de encontrar la aguja que más profundamente inocule al letraherido, o cumpla aseadamente con el cliente ocasional o de compromiso.
Decía Lorca aquello de No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro.
Así que cuidemos las librerías y a los libreros porque nos alimentan el alma, por más que a veces les pidamos lecturas peligrosamente saturadas de glucosa y colesterol.