Cohete

J.F.R.P.
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«Los partidos se lanzan cohetes del desprecio, compiten en reproches sin el mayor respeto a una sociedad asqueada frente a tanta maledicencia política»

El hemiciclo del Congreso. - Foto: EFE

La experiencia nos facilita identificar con una cierta claridad determinados acontecimientos en nuestro devenir cotidiano. No sirve el adoctrinamiento cuando los que podrían ser manipulados tienen la suficiente formación para impedirlo. No hay duda alguna sobre la tergiversación social a la que estamos sometidos cotidianamente. Una avalancha de expertos en el manoseo ideológico dedica mucho tiempo y dinero en tratar de conseguir sus objetivos manipulando datos oficiales. Además, otros sicarios de la palabra se empeñan en llevarnos al huerto de los idiotas regalando informes, estudios, estadísticas y cualquier embrollo bien pergeñado para mostrar una burda mentira como la verdad incontestable. No tienen remilgos en filtrar informaciones sesgadas o falacias disfrazadas de fuentes aparentemente fiables. 

Pocos ciudadanos en España, aparte de los que viven del mentidero oficial, pueden asumir como ciertas las noticias cuyo origen descansa en una oficina gubernamental. Con sistemática afrenta a la inteligencia han conseguido multiplicar por miles la cifra de esos descreídos, absolutamente hastiados de tanto embuste. No hace muchos años, en plena crisis económica que propició la urgente congelación de pensiones, un visionario oficial nos dijo a la cara, sin ruborizarse, que la situación financiera de España estaba en la Champions League. Es más, estábamos entre las economías más prósperas del mundo, mientras las colas del hambre engordaban esperando delante de las puertas católica más solidarias. Ahora, en similares condiciones de penuria general, otro visionario, por cierto, bastante desacreditado, repite semejante osadía alardeando de que la economía española va como un cohete. No hay reparos en reconocer que una parte de sus seguidores, como todos los que tienen algo que rascar, aplauden enfervorizados mostrando su adhesión inquebrantable, pues los líderes carismáticos se guardan muy mucho de recomponerse para mostrar su mejor semblante ante la adversidad; y de eso se trata, de articular propaganda para ensimismar a los que estén dispuestos a tragarse esas trolas. 

Una explosión mediática. De cohetes conocemos desde hace mucho. Aún resuenan aquéllos que hacían despegar ayudándose de una tabla y la mecha incandescente, mientras acompañábamos a la Virgen de la Asunción, en la mitad de agosto, recorriendo la calle principal de una aldea escondida en la Sierra de Segura. A los niños nos gustaba mirar, pero tapándonos los oídos para mitigar el estruendo reiterado. Efectivamente, las fuentes oficiales lanzan mensajes, ayudados de una mecha partidaria, produciendo la explosión mediática, que nos obliga a tapar las orejas para evitar los efectos perniciosos de la matraca. No es malo reconocer que muchos los llamaban cobetes, como los instintores, esos instrumentos para apagar pequeños fuegos. Y personas sin cultivar el lenguaje eran sabios como nadie asumiendo monsergas oficiales para callar y vivir. 

En los últimos años 50 se inició la carrera armamentística para ganar poderío mortal e imponer por la fuerza la supremacía diplomática. Con esa impronta beligerante, la pelea partidaria se empeña en mostrarse como cohetes de la intransigencia acaparando resortes con los que imponerse en el peor escenario posible y apelando al apoyo menos adecuado para alcanzar el bienestar colectivo. Los partidos se lanzan cohetes del desprecio compitiendo en reproches sin el mayor respeto a una sociedad asqueada frente a tanta maledicencia política. 

Hay que recurrir a algunos sinónimos lejanos para identificar comportamientos curiosos, como petardos, cuelgue, colocón, curda, doblado, gota, hongo, guaza y hartera. Quizás, por alguna de esas acepciones sudamericanas, autoridades españolas han metido la mecha en la tabla para explosionar un conflicto diplomático. Otra sobreactuación interesada para polarizar a una sociedad harta de tanta mala intención, pero regala oportunidades electorales a quienes dilapidan nuestro crédito internacional acaparando inconsistencia y desvergüenza histórica. España parece volar hacia la insolvencia zigzagueando por efecto de una mecha torcida en un defectuoso cohete.