En no pocas ocasiones la lucha partidaria aparece huérfana de ideologías con la maléfica intención de acumular poder y beneficios de toda condición. Hay muchos militantes, como cargos políticos que se alistan en auténticas bandas organizadas para prosperar. No es demasiado extraño comprobar cómo se escala en los organigramas de las administraciones sin más capacitación que una sumisión absoluta a las decisiones de benefactores, tan incompetentes como ellos, pero señalados con la varita mágica de la designación caprichosa, sin más argumentos que la confianza que inspiran a la hora de rendir pleitesía sin rechistar.
Sería muy enriquecedor repasar biografías para comprobar cuándo, cómo, cuándo porqué se afiliaban determinados personajes a una disciplina de partido, que los llevaría a medrar muchos años amamantándose generosamente de las ubres públicas. No falta quien califica con acierto que la cosa pública genera una legión de mamones sin capacidad ni conocimientos para manosear presupuestos y tantos recursos públicos. Tampoco estaría de más revisar hasta dónde han llegado en su dispendio para beneficio propio o de los amigos.
Estas sanguijuelas públicas no tienen reparo alguno en mancillar el conocimiento para conseguir sus objetivos contorsionándose con genuflexiones cuando los amos respiran. Y quienes se acomodan en la falacia suelen reclamar sinceridad tergiversando intenciones, mientras solapan vilmente la realidad. No es complicado contrastar la cantidad de estupideces por minuto que un preboste de cualquier administración puede llegar a vomitar tratando de vender humo escondiendo lo que importa a los ciudadanos, expectantes a soluciones ciertas a problemas obvios.
torpe discurso. La propaganda de los gandules suele enseñorearse del discurso más torpe que podamos escuchar. Y el colmo es acusar a los demás de mentirosos cuando osan escudriñar legítimamente por los entresijos del asunto. La mayor fábrica de bulos, por su categoría y consecuencias, está instalada en los resortes del poder, donde elaboran trolas inconmensurables. Cada día, afortunadamente, hay más ciudadanos que no pueden etiquetarse de izquierdas o derechas, porque es una distinción perversamente torticera, que sirve a los sectarios excluyentes para posicionarse en el espectro de la ambición. El conocimiento, formación y experiencia son los tres pilares para afianzar la personalidad, y no siempre es sencillo socializarse con garantías de satisfacción. El bienestar colectivo debería ser el frontispicio del edificio donde se gestiona la competencia política. No todos valen para semejante empresa, menos aún los obtusos envueltos en banderas viejas y contaminadas con naftalina caducada. Demasiada traición y muerte para recurrir a la melancolía errada de quienes se equivocan de historia y recuerdos trasnochados. No es constructivo estar recurriendo al pasado para restregarse los peores comportamientos de quienes reconocieron su desgarrador a conducta. Compongamos futuros con herramientas del compromiso por el bien común.
Esconder las auténticas tropelías oficiales no hace más que desacreditar a los inventores de matracas. No es malo recordar las más recientes, sin necesidad de remontarse a noventa y tantos años atrás. Y quienes aceptan mentiras como medio de impedir la pérdida de su influencia, deberían recapacitar y pensar en tantos españoles afectados por una absurda polarización de idiotas, que discuten sobre si son galgos o si son podencos los llegan corriendo hacia nosotros en forma de una regresión política, social y económica.
Nadie podría solapar mejor la realidad que hablando de la famosa comisión de expertos en la pandemia; jamás se buscaría el apoyo de Bildu, menos aún de Podemos, por supuesto; la gobernabilidad de España nunca dependería de los separatistas, como no se indultaría a políticos corruptos; la amnistía era anticonstitucional; no existiría nunca concierto económico para Cataluña, ni puertas giratorias.
Por eso no es un bulo denunciar el uso partidario de instituciones, Fiscalía, Guardia Civil, Policía Nacional y policías autonómicas, porque no se puede solapar la realidad.