Me pongo a escribir este artículo sin tener claro cuál es el tema más importante de la semana, un tema sobre el que yo pueda decir algo que nos ayude a tocar fondo. Dos son las noticias que copan las portadas de los periódicos: las elecciones en el País Vasco con las que se inaugura el ciclo electoral en España y Europa, y los tambores de guerra que llegan desde Oriente Próximo. Después de dar un par de vueltas al dilema, me he percatado que las dos noticias tienen algo en común. Son dos formas de resolver los problemas de convivencia política que surgen en todo tipo de sociedades, desde la comunidad de vecinos, hasta los entes políticos del máximo nivel.
Las elecciones son el primer eslabón del estado democrático de derecho consagrado en la mayoría de las naciones. De ellas sale el parlamento y el gobierno que marcarán el rumbo político durante los próximos cuatro años. Una democracia plena admite cambios profundos siempre que todos respeten las reglas de juego marcadas por la propia Constitución y otras leyes fundamentales. ¿Pero qué pasa si los rebeldes no se someten a los preceptos constitucionales? ¿Y si los políticos utilizan su legítimo poder para enriquecerse o aniquilar a la oposición? A nadie se le escapa que la ilegalidad y la injusticia son el caldo de cultivo para un enfrentamiento bélico.
El derecho internacional admite las imposiciones del ganador de la guerra como un título válido de dominio. Lamentablemente, si no surge un acuerdo justo y practicable, el segundo asalto de la contienda no tardará en llegar. El conflicto Palestino-Israelí viene de 1960. ¿Tiene solución? Los teóricos de la economía, sostienen que para que un acuerdo llegue a feliz término se requiere que las dos partes salgan ganando con respecto a la situación actual. Esta es la misión de la ONU.