Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


José Martínez

17/04/2021

José Martínez Jiménez tomaba posesión como fiscal del Tribunal Supremo hace unos días. En mi vida familiar y literaria el ayer fiscal superior de Castilla-La Mancha está muy presente. Mi padre lo admiraba mucho -y yo luego con él- y fue el preparador de mi hija Lucía que ganó por oposición su plaza de fiscal. Hablábamos de Ana Karenina -yo creo la mejor novela de Tolstói- y de su formidable comienzo que el fiscal decía de memoria -«Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera»-. Por otras ocupaciones mías ajenas al mundo del derecho tuve la ocasión de compartir lecturas con Pepe Martínez -recuerdo, ahora, una conversación a propósito de Dickens, hablando de Casa desolada, la novela del eterno pleito que acabó consumiéndose por las inacabables costas procesales. Por aquellas fechas leía yo -casi como un deber filial- a Balzac y fue, in confidentia, cuando surgió Faulkner, una de mis muchas y clamorosas asignaturas pendientes -más clamorosa por cuanto yo admiré y leí de seguido a don Juan Benet, donde tantísimo hay de Faulkner-. El fiscal me procuraba (con toda liberalidad) consejo, de lector a lector, por dónde empezar con el presbiteriano. Había un salto enorme desde Tolstói a Faulkner -pero había asuntos de interés: Ana Karenina se inicia y culmina en una vía de tren; y el bisabuelo coronel Faulkner construyó el ferrocarril del Misisipi- aunque he de reconocer que sigo en los primeros tanteos -la edad le da al lector que escribe el confesar con gozo la falta, algo irrecusable en juventud-. Todas estas cuestiones importan más de lo que parece -hasta hubo un reparo (llevaba razón de peso el señor fiscal) a un librito de Haruki Murakami (De qué hablo cuando hablo de correr) en lo que nos llevaría a otra afición común en la que Pepe Martínez supera con mucho mis discretos tiempos de carrera. Sé que estas líneas las tomará el fiscal del Tribunal Supremo como lo que son: un ruego para que la distancia no aquiete lo que, en el caso de Albacete, era probable en cualquier momento: tomar un café y tomar partido por Guerra y paz o Hadyi Murad. El tener a Faulkner por delante -tren de grande recorrido y viaje- hace que mi deber pendiente de lectura no me sea tan gravoso frente al acreedor bonancible. El Tribunal Supremo gana a un hombre extraordinario.