Cada tanto tiempo al político se le ofrece una tribuna en el periódico para que escriba -o dicte- sus ocurrencias. Poco habituado a esos menesteres, da igual el asunto del que vaya a tratar porque todo en él será un acopio de lugares comunes. El feminismo, el cambio climático, la educación, cada uno con su día, le obligan a esforzar las meninges para decir las convenientes obviedades. También el día del libro. Nuestro presidente autonómico aportó su granito de arena a la conmemoración del otro día y escribió un artículo titulado Libros, aprendizaje, conocimiento, cuyo resumen es que la lectura es muy buena para el cerebro y que hay que leer más. Este tipo de alegatos son los únicos en los que al político no se le puede pillar en mentira, dado que son verdades consensuadas por el universo mundo: cualquiera podría suscribir esas líneas, firmarlas en su lugar, aun perteneciendo al bando contrario. No se notaría el cambiazo. ¿Quién va a objetar que la libertad, la igualdad, la educación, la lectura, la salud son bienes intrínsecos a la humanidad? En el abrumador Plagiarios & Cía, de Ricardo Álamo, se recopilan fraudes a lo largo de la historia literaria, desde los más discretos plagios inconscientes -criptomnesia- a los corta y pega por el morro. La conclusión es que el plagio convive con nosotros y es ineludible desde el momento en que ya está todo escrito. Goethe, que plagió lo suyo, era partidario del trasvase de ideas, siempre y cuando se reescribieran mejoradas. Idea que su vez ya había sido expresada por los grecolatinos. Ya que no hay nada nuevo bajo el sol, sí sería recomendable que nuestra sombrilla se distinguiera un poco de las restantes, siquiera en el colorido; que nuestro granito de arena, sin dejar de ser granito, emitiera un brillo diferente. Lo cual si ya es difícil entre el gremio de escritores más lo es entre políticos, que no pretenden excelencia artística, sino amarrarse unos cuantos votos. Pase, pues, que nuestros políticos enarbolen el topicazo, la idea recibida sin retoque, o que se ayuden de un experto profesional -por no decirle negro, que así lo era uno de Dumas-. Cosa bien distinta es la hipocresía, esta sí denunciable, de abogar por el aprendizaje y el conocimiento cuando se pertenece a un partido que, en la última reforma educativa, los niega.