Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Los achaques

04/05/2024

Hay achaques intelectuales. Uno de ellos es no querer acabar un libro. Pero no un libro cualquiera -es ese libro que uno ha elegido y que parece haber despertado como una perpetua alegría-. Es el libro al que le destino un lapicero nuevo de grafito (el afilado es liturgia que parece confirmar la apuesta) y que dejo en la mesita elegida. Hay libros de cama o de salón, como los hay de verano (y uno los recupera de verano en verano; los aparta luego como la ropa de estación) y que te acompañan en otros domicilios: en casa de mi madre, al pernoctar en fin de semana, siempre hay un libro -de historia- que me espera y me religa, me ciñe estrechamente, a mi deber filial. Pensé que el no querer acabarlo era un reproche frente al libro mismo, un libro decepcionante, cansado y aburrido, enojoso el deber de acabarlo. Hasta que me apercibí que el libro era bueno y que el problema era mío. Todo estaba en su lugar, el lapicero afilado, el libro depositado al ángulo justo (y no otro) de la mesita de dormitorio, el marcador de páginas sobresaliendo no más de unos centímetros -ni menos- y la liturgia presta a la celebración. El problema era mío. En general la lectura -la mía- es musical: te permite ir de una a otra cosa -al tiempo que se lee- hasta ir punteando lo notable. De repente estás como en otro sitio -y no por ello dejas de leer- y vuelves a recomponerte, vas como ordenando la lectura, el acto de leer (que es feroz y personal) precisamente ese libro, es un sanarse y conciliación. Y un día (ah, qué día ya forzosamente soportable) pese al lápiz afilado y el marcador de página ajustado, uno empieza a aburrirse y a dudar de su elección (pero sabe que la elección fue inmejorable y buena -herencia formidable- y reconoce, con tristeza vital, que ya no quiere acabar el libro. Su lectura es pobre, nada retoma de un día para otro, es incapaz de ir a los otros sitios al tiempo de leer. He perdido la notación musical y me engaño empezando otro libro que presiento me aliviará              -hasta saco del estuche de Faber-Castell un lapicero de mi graduación favorita-. Padeces otro achaque -esta vez intelectual-. Y agradeces que los clásicos sigan siendo la gran farmacia que todo lo cura -o alivia-.

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