Antonio García

Antonio García


Rejuvenecimiento

06/05/2024

Lo que unía a Paul Auster y a Victoria Prego, aparte de sus talentos, es el hecho de que los dos han muerto demasiado pronto, 77 y 75 años respectivamente, cuando lo habitual en las necrológicas es encontrarse con difuntos -si no media una muerte violenta- de 90 en adelante. Nuestra relación con la edad ha cambiado ostensiblemente en los últimos tiempos, pues al alargarse en el último tramo se han trastocado nuestros conceptos de madurez y vejez. La ciencia ha revalidado esta mudanza desplazando una década la barra divisoria entre esos períodos y concediéndonos una ilusionante prórroga a quienes hemos entrado en los 60. Los 60, en virtud de esa reducción, son ahora los 50, aunque sólo en calidad de vida. La ilusión sería completa si la fachada también se beneficiara de esta rebaja, devolviéndonos el pelo y la tersura natural en la piel de hace dos lustros. Pero nadie podrá llamarnos viejos sin arriesgarse a una demanda por injurias ni tampoco tendrá sentido la coquetería de quitarse años, pues el descuento viene incorporado en los genes. No todo son ventajas en este rejuvenecimiento vital: a alguien se le podría ocurrir prolongar la productividad del trabajador por considerar que a los 80 está hecho un chaval. Con todo, uno desearía que esta mejoría de la raza en el aspecto biológico redundara asimismo en el intelectual, para lo cual se requeriría no quitarnos años sino añadirlos: que un joven de cuerpo, por ejemplo, tuviera la experiencia y sabiduría de un viejo. Cuando miramos nuestro entorno político, compuesto de adultos con mentalidad adolescente, ello se antoja una meta inalcanzable. Prego y Auster, cada uno en lo suyo, han muerto jóvenes y sabios.