En la alta política los duelos programáticos suelen ser el pan nuestro de cada día y con una clara dicotomía a la hora de oficializar la confrontación de los programas políticos que se afrontan y se enfrentan y que se basan en una serie de valores de los que se quiere dotar a ese ejercicio político o suponen el gran objetivo final que se persigue y queda marcado por unos intereses que lo priorizan todo; ya sean esos intereses partidistas, económicos o de cualquier otro orden. Así, contemplando el momento geopolítico que nos envuelve podemos observar cómo se dirime la gran pugna entre los valores que unos defienden frente a los intereses que otros mantienen. Cuando los intereses derrotan a los valores, cosa que suele suceder con frecuencia desde los albores de la Historia, el drama de las democracias se hace patente y de manera descarnada. Ocurre ahora mismo con el culebrón venezolano, y es lo que está pasando en Gaza o en Ucrania. ¿Qué valores justifican estos hechos? Ninguno. ¿Y qué intereses? Muchos sin duda.
En otra dimensión de tiempo y espacio, en otra realidad cotidiana, también ocurre lo mismo en nuestro país: sólo por intereses partidistas se ignoran y apartan numerosos valores que deberían guiar tanto a quienes gobiernan como a quienes ejercen la oposición. Nada más lejos de lo que vemos cada día. Y hasta Europa desequilibra la balanza entre valores e intereses en estos tiempos en que la recién formada Comisión Europea protagoniza el mayor giro hacia la derecha de las últimas décadas, cuestionando con ello que en el próximo mandato continental se sostengan valores que se asocian más con el pasado europeo que con el futuro que viene.