El esperpento

José Francisco Roldán Pastor
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Vacuna para el delito

El esperpento - Foto: Efe

Como lo más prudente es comenzar por el principio, parece adecuado recurrir a la definición que reserva nuestra RAE respecto al título: «Persona, cosa o situación grotesca o estrafalaria». Ramón María del Valle-Inclán, allá por 1920, asumió el término para escribir deformando la realidad y acentuar sus rasgos más grotescos. Habría que situarse en ese periodo histórico de España, cuando Eduardo Dato era jefe de Gobierno en una Monarquía impopular. No tardarían mucho en asesinarlo para hacerle ocupar la quinta posición del ránking macabro en los siglos XIX y XX. El ambiente parlamentario producía miedo y risa, como ahora, por su incompetencia, falacias inconmensurables, abuso de poder y desestabilización social, a lo que se sumó la desgraciada guerra en el RIF. Una época desternillante, si no fuera por las calamidades de todo tipo que debió padecer una sociedad ignorada por la casta prominente. 

Nuestros políticos de hoy, como entonces, suelen vomitar un lenguaje coloquial con vocablos jergales y el cinismo impropio de líderes sociales. Algunos de esos notables desentonan por su fealdad, desaliño y mala traza, aunque, a pesar de su imagen variopinta, que debe aceptarse por respeto, no debe admitirse la fealdad moral, el desaliño ético o la mala traza legal. No estaría de más ir describiendo detenidamente el aspecto físico y moral de tanto zoquete con poder desmedido, que tiene en sus manos la vida, integridad y seguridad de los españoles. 

una desastrosa mediocridad. Existe un evidente desprecio a los derechos ajenos y el olvido clamoroso en el cumplimiento de su deber. Valle-Inclán estaría encantado de escribir sobre esta patulea de lerdos intercambiando ocurrencias en cualquier atril parlamentario o medio de comunicación. Cierto es que no pocos sarcásticos se dedican, lúcidos e inteligentes, a sacar punta de tantas mentiras y desternillantes comentarios enmarcados con una desastrosa mediocridad. No podemos abstraernos de recurrir a metaforizar para exponer comportamientos obscenos e insultantes de quienes representan cargos oficiales preñados de           despropósitos. 

Francisco de Quevedo, que trató de hacerlo en tiempos de mayor control real, ofendía a los poderosos con alegorías repletas de ingenio, pero fue castigado por ello. En nuestros días, determinadas deidades laicas gobernantes, dictan dogmas para reconducir la conducta impropia de quienes osan pronunciarse en cualquier medio de comunicación. La ironía, el sarcasmo o distintos procedimientos para desnudar abusos de poder, falsedades y traiciones para conservar las poltronas oficiales, pueden generar represalias tangibles o con la sutileza propia de intrigantes. Sectarismo e intransigencia en estado puro, que tanto juego proporcionó a la creatividad de Quevedo o Valle-Inclán. 

Algunos líderes políticos se han hecho expertos en burlarse y caricaturizar la realidad mezclándola con el mundo real para degradar a sus oponentes. Ridiculizan y fusionan conductas dispares para sacarles rendimiento mediático. El tú más se ha convertido en un elemento retórico para salir del paso y no contestar preguntas a las que se está obligado. Desviar la atención hacia cualquier estupidez con tal de escaquearse de lo esencial. Lanzar bulos oficiales y acusar a los ponentes de hacer lo propio. Azuzar a los peones de la información para maltratar despreciablemente a los que pretenden conocer la verdad. Diferenciar opiniones solapando la realidad, que no tiene dobleces, retorciendo argumentos grotescos. Hasta el aplauso o la chirigota en los escaños producen vergüenza ajena en ciudadanos preocupados realmente por la situación social y económica de un país embargado. 

Los personajes de Valle-Inclán no están de moda, pero sus comportamientos en burdeles no quedan lejos. Los placeres primarios son el socorrido desahogo de los corruptos, que Francisco de Quevedo, sentado entre el público del Congreso, sabría explicar con versos extraordinarios. Borrachos, prostitutas, pícaros, celestinas, bohemios y artistas fracasados siguen deambulando por el escenario político con una naturalidad y descaro impresionantes. Alfonso Ussía, con su pluma privilegiada, describe la conducta de nuestros representantes políticos como un auténtico esperpento.