Tal como empecé en mi presentación del acto celebrado este pasado viernes, quisiera hacerlo en este pequeño espacio de opinión: Dijo Platón que «donde quiera que se ama el arte de la Medicina se ama también a la humanidad». Seguro que Cosme y Damián, fueron los instigadores de cómo ha de sentirse uno feliz, sin más humildad que el fruto de tu generosa actitud, porque así es esa profesión –no tan reconocida como merece- que uno necesita y que, al principio y al final, tanto respetas por cuidar de tu cuerpo –salud y sentimiento-: la Medicina.
Está claro. Al final, intento ser escritor y poder utilizar la palabra como mecanismo de entendimiento y conexión en tiempos de antes y de ahora, y casi llego a explorar lo mismo que sintió don Santiago Ramón y Cajal cuando expresó –con ese buen criterio que siempre demostró-, aquello de que «solamente el médico, dramaturgos y escritores rozan del raro privilegio de cobrar las desazones que nos dan». Por eso, moderé un acto bonito y solemne, un aniversario de trabajo, constancia, razón y vocación: 125 años del Colegio de Médicos de Cuenca.
Lo hice con el mismo placer de dos años atrás, cuando sus rectores me pidieron una colaboración sin más, que amistad y deseo. Cumplí, o por lo menos, quise hacerlo. Elaboré un libro que llenó un espacio vacío, contando historia, profesionalidad y recuerdos; les programé y coordiné un ciclo de conferencias que nos trajo Biología como ciencia pura, Experimentación científica como señal de progreso y Solidaridad en trabajo y constancia, valores claves para una sociedad mejor. Y cerraba el año, porque tenía que ser así, con ese acto de clausura para reconocer un poco, nada más, de lo mucho y especial que este colectivo, el médico, hace por toda la sociedad, por todos nosotros, por todo el sentir de un valor tan crucial como es la vida misma del ser humano.
Y tal vez, inesperado y por tanto, más enaltecido el detalle al recibir esa Medalla al Mérito Colegial que no hizo más que sobrevalorar mi apuesta; pero sin duda, potenció mi sentimiento de privilegio y orgullo por haber compartido con un colectivo grande en humanidad, esos tiempos, esos actos y esos momentos. Tendré reconocimientos, medallas y premios, pero amigos, éste –por esas razones- por ser tan especial, por venir de quién viene y por sus valores como colectivo médico, me llenó de humanidad y silencio; porque «muchos admiran, pero pocos saben». Gracias de corazón, por haberme permitido sentir las razones de la generosidad como medicina de convivencia. Sin duda, no hay mayor generosidad, que la vuestra.