Juan Ortega, el fino torero andaluz tocado con la varita mágica del arte de Cúchares, acaba de protagonizar un episodio que mantiene su nombre en candelero desde hace más de una semana. No se presentó a la programada ceremonia de su boda, dejando plantada a la novia al pie del altar. No suelen ser muy usuales casos similares, por lo que la noticia ha corrido como la pólvora y los comentarios, tanto en el ámbito taurino como en el de los sucesos curiosos por inesperados, cada cual ha echado su cuarto a espadas.
Juan es un torero de los llamados «de arte», y tiene fama de hombre serio poco dado al chundarata y al tachin-tachin. El torero no ha dicho esta boca es mía, por lo que en el Planeta de los Toros cada cual interpreta el suceso a su gusto y manera. Es Juan Ortega un torero artista donde los haya y su espantá ante el altar está haciendo correr mucha tinta, con el peligro de dejar en mantillas a las de Rafael El Gallo, que fueron muchas y sonadas a lo largo de los años que permaneció en activo. Claro que existen diferencias notables entre la espantá de Juan Ortega y las del hermano mayor de Joselito, porque no me negara el sufrido lector que no es lo mismo escurrir el bulto ante un Miura de 500 kilos en una plaza de toros, que ante una bella señorita al pie del altar, vestida de blanco y con un ramo de azahar en las manos, con un cura y un manojo de invitados como fondo, esperando un banquete de tronío a costa del novio. No es lo mismo, ¿verdad, querido lector?...
Parece que el novio ha dado como única explicación el silencio más ominoso. Bueno y que en la despedida de soltera de la novia vio o supo algo que no le aconsejaba exponerse a una voltereta de esas que no curan los cirujanos experimentados en heridas por asta de toro. Y que suelen durar toda la vida. En fin, ellos sabrán…