En el fútbol, cuando un equipo no funciona se cambia al entrenador. En política es diferente. Cuando un equipo no funciona, el presidente cambia a los ministros y él sigue. En otros ámbitos, una empresa pública, por ejemplo, las cosas son diferentes. Cuando un gestor, nombrado para el cargo sin más conocimientos ni experiencia que su lealtad al jefe que lo nombra, pierde casi mil millones en tres o cuatro años y deja la empresa en quiebra técnica, se le manda a otra empresa pública con un sueldo igual o mayor. En Correos, el sustituto de aquel prepara un plan de prejubilaciones y espera una inyección de 400 millones en 2025 y de unos 3.000 hasta 2028. Ese dinero no lo paga ni el mal gestor ni el Gobierno, sale de nuestros impuestos. En política funciona lo de la patada hacia adelante, como en el rugby. A los que no valen se les premia con un puesto mejor.
Me temo que Pedro Sánchez tendrá que hacer antes que después un cambio de Gobierno. No es que sea importante, porque en el Gobierno no deciden los ministros sino Sánchez y sus socios de ERC, PNV, Junts y Bildu. Los ministros pintan más bien poco y algunos ni despachan con el presidente ni se enteran de nada hasta que lo ven publicado en el BOE o en los medios. Me encantaría que Tezanos hiciera una encuesta y preguntara a los ciudadanos de qué son ministros Aagesen, Alegría, Hereu, Planas, Rodríguez -Miguel Ángel, no; Isabel-, Urtasun, Cuerpo, Bustinduy, Morant, Redondo, Saiz o Rego, por ejemplo. Un jamón de Jabugo para el que acierte más de cinco.
Sánchez tendrá que colocar a los que salgan. Ahí no me meto, no es fácil, pero si no hay sillas libres, se crean nuevos chiringuitos. Pero para los que nombre, quiero sugerirle una idea. En lugar de 22 ministros con cartera y departamento, altos cargos, infinidad de asesores, presupuesto creciente, gastos de representación, vivienda pública si es posible y todo lo demás, debería nombrar ministros sin cartera y sin Ministerio, con un máximo de dos asesores -uno de ellos un o una community manager-, sin presupuesto fijo ni dependencias ministeriales, teletrabajando desde casa. ¿Se imaginan lo que nos ahorraríamos? Eso mismo se puede extender a los presidentes de las empresas públicas. Nombrar presidentes, por ejemplo de la nueva y flamante Empresa Pública de Vivienda, sin más que el título y el salario. Ya nos están diciendo que sin competencias, sin Ley del Suelo, sin seguridad jurídica y sin saber qué hacer con la Sareb, el anuncio de que van a crear 180.000 viviendas es un brindis al sol.
Los ministros sin cartera son miembros del Gobierno que no son titulares de un departamento ministerial y que asumen la responsabilidad en determinadas funciones gubernamentales que les encarga el presidente del Gobierno. Los ha habido en los inicios de la democracia con encargos como la portavocía del Gobierno, las relaciones con las Cortes o con las Comunidades Europeas, con las regiones o con las Administraciones Públicas. Nombres como Clavero Arévalo, Arias Salgado, Joaquín Garrigues Walker, Pío Cabanillas, el propio Leopoldo Calvo Sotelo, Punset o Juan Antonio Ortega dan fe de que eran gente importante y que la cartera no es lo importante, sino el trabajo que se hace. En realidad, Sánchez también lo ha hecho, pero con trampa. Nombró a Illa ministro sin cartera para Cataluña pero le dio la cartera de Sanidad para disimular. Lo mismo hace con Diana Morant, con Pilar Alegría o, ahora, con Óscar López. El objetivo principal de sus carteras no es la Educación, la Ciencia o la Transformación Tecnológica sino las autonomías de Aragón, Valencia y Madrid. Aunque algunos sostengan que un ministro sin cartera es como un jardín sin flores, ¿se imaginan lo que nos hubiéramos ahorrado si Iglesias, Montero, Garzón o Castells no hubieran sido ministros y no hubieran aprobado leyes como la del "sólo sí es sí" y otras más? ¿Se imaginan lo que sería un Gobierno donde Yolanda Díaz, de fracaso en fracaso hasta el fracaso final, Urtasun, García, Bustinduy, Rego y algunos más fueran ministros sin cartera y sin competencias? No me debes nada, Pedro.