Con su peculiar humor, el Papa Juan Pablo II decía que el húngaro era el idioma que se habla en el cielo porque, por su dificultad, nadie lo hacía en la Tierra. Sirva esta anécdota para ilustrar que quizás a Adrien Brody, hijo de una inmigrante húngara que escapó de su país en 1956 tras la represión soviética, no se le hizo tan complicado cuando interpretó el personaje del genial arquitecto László Toth en el film de The Brutalist, que explora las consecuencias psicológicas que arrastraban los supervivientes del Holocausto. Aquí vuelve a encarnar a un personaje torturado al que humilla un millonario que, paradójicamente, es su mecenas.
Adrien, que posee una voz profunda, con personalidad, es mucho más atractivo en persona que en sus películas y de agradable trato. Ha confesado que, durante el rodaje en Budapest, sintió mucha conexión con la gente del país de su madre.
En un tiempo en que la mayoría de las personas conciben el cine como entretenimiento, esta película es terriblemente perturbadora y saca al espectador de su zona de confort. Su personaje, de alguna forma, bucea en su lado oscuro.
Yo siempre busco en mis papeles algo más que entretenimiento, aunque esta película lo es y, además, te llena cuando la contemplas. De pequeño, mi padre me llevaba al cine a ver lo que él consideraba películas interesantes de la Nouvelle Vague francesa, de Scorsese, incluso me llevó a ver Tiburón, que me traumó de por vida. Lo que siempre busco es buenos personajes, los matices de esa historia, algo que parezca real. Nunca trato solo de entretenerme, busco que sea más inmersiva y vaya más allá que pasar un buen rato.
Se habla en esta cinta de la importancia de la composición de obras artísticas y su permanencia en el tiempo. ¿Usted como actor ha tenido esa percepción?
Sí, me identifico con la aspiración de dejar algo en el tiempo, que nos sobreviva a nosotros y sea más grande. Que, de alguna forma, sirva de guía. Realmente, la belleza de las películas consiste en que permanecen y sí que siento, de alguna forma, la responsabilidad y, por otro lado, el privilegio, de dejar atrás un trabajo que tenga un significado.
Muchos pueden pensar al ver que el protagonista de esta película es judío, superviviente del Holocausto, que es muy similar al que interpretó en El pianista, con el que ganó el Oscar por su interpretación.
No veo tanto paralelismo. Esta es la historia de un hombre que se enfrenta a dificultades diferentes en un período distinto, viaja a EEUU con proyectos geniales. Tiene un sueño de esperanza porque ha dejado atrás la guerra, el campo de concentración. En El pianista, el personaje era testigo de los horrores. The Brutalist sucede en un momento posterior de la Historia, László empieza donde acabó la otra y eso a mí me hizo reflexionar sobre lo que dejó atrás y los traumas de la gente que sobrevivió y que trata de dar luz a la oscuridad a pesar de las tragedias que vivió.