Un ultimátum que ya no intimida

G.F. (SPC)
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Puigdemont amenaza con romper con el PSOE pero su ya desgastada táctica de atemorizar al Gobierno con dejarlo caer empieza a verse como una mera estrategia para encarecer los siete votos que sostienen a Sánchez en la Moncloa

Un ultimátum que ya no intimida - Foto: EFE

«Estamos en el punto final», «el riesgo de ruptura es real». Es innegable que Carles Puigdemont le ha cogido gusto a los mensajes de corte apocalíptico. Volvió a hacerlo el pasado viernes para anunciar que, airado por el aplazamiento de su cuestión de confianza sobre Pedro Sánchez, había decidido suspender las negociaciones con el PSOE y añadió que no se sentará a negociar los Presupuestos que el Ejecutivo socialista tiene totalmente empantanados. Esas Cuentas Generales sobre las que hace seis años, cuando Mariano Rajoy se sentaba en la Moncloa, Pedro Sánchez, decía: «Un Gobierno sin presupuestos es un Gobierno que no gobierna nada». 

Desde Bruselas, el fugado líder de Junts ahondó en su desaire sobreactuado llamando a una reunión urgente en Suiza. ¿Volverá a escena el efímero mediador salvadoreño que impusieron para dar a estas citas en un hotel estatus de cumbre entre Estados? Por si han olvidado su nombre se lo recuerdo: Francisco Galindo Vélez fue el encargado de verificar aquellas lejanas negociaciones que permitieron al secretario general del PSOE aferrarse de nuevo a la Moncloa.

Sin embargo, el nuevo gran órdago de Puigdemont suena a farol. ¿Son creíbles sus amenazas de dejar caer al líder socialista? ¿Cuantas veces ha recurrido a este truco intimidatorio en los últimos meses sin que al final haya llegado la sangre al río?

De alguna forma, su comparecencia pareció, por momentos, uno de los cinematográficos diálogos imposibles de Antonio Ozores. Con gesto adusto, dijo que no le cabreen más porque no dudará en romper amarras con el Ejecutivo pero al mismo tiempo afirmó que seguirá hablando de la amnistía que no termina de darle la inmunidad que busca, de las competencias que quiere en inmigración para Cataluña y… de todo lo que resulte apetecible para Junts. 

Insistió el fugado en Waterloo en su viejo desafío de que no le temblará el pulso si tiene que empujar al vacío a Sánchez, pero al mismo tiempo rechazó apoyar una moción de censura (con la que fantasea el PP incomprensiblemente) para conceder que, pese a su enfado, seguirá sosteniendo al jefe del Ejecutivo.

Puigdemont sabe que no hace falta ese mecanismo para hacer explotar a un Gobierno. Si no existe hoy una mayoría parlamentaria que lo sustente se queda totalmente maniatado. Y, a la postre, tampoco es necesaria una cuestión de confianza para humillar al Gabinete socialista, visibilizando su falta de apoyos legislativos para sacar adelante cualquier asunto en el Parlamento. De hecho, es un escenario que ya se ha repetido en varias ocasiones a lo largo de esta legislatura.

Junts es consciente de que puede seguir infligiendo dolorosas derrotas en el Congreso al Gobierno. Curiosamente, esos revolcones en la Cámara irán elevando el precio de su apoyo a unos Presupuestos que siguen en el aire.

 Esa es la estrategia que la formación lleva desplegando desde hace varios meses. Ycon notable éxito.

Apretar pero sin llegar a ahogar es la hoja de ruta de los independentistas catalanes, por lo que el órdago de Puigdemont suena a farol para llenar su arca particular con alguna nueva concesión. Cuanto más acorralado políticamente se encuentre el líder socialista, más sencillo tendrán forzarle a dar el sí a asuntos que pongan encima de la mesa, por disparatados que puedan parecer. 

Realmente, lo de Carles Puigdemont empieza ser algo cíclico. Cada cierto tiempo, para que la sociedad española no se olvide de que es la mano que abre o cierra la puerta de la Moncloa, sale a las primeras páginas, suelta su filípica y desaparece otra vez. Amenaza y amaga con un k.o. que nunca llega para revalorizar sus siete votos.

Por lo pronto, la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, se apresuró a ratificar que el Gobierno es «inagotable en su capacidad de acuerdo y de diálogo» y que «seguirá trabajando» con Junts.

Pero esa estrategia resulta ya cansina. A fuerza de utilizarla ha perdido fuelle, ya no intimida a un Ejecutivo que también ha percibido que fuera del escenario actual, Puigdemont se convertiría en triste paria político relegado a hacer turismo por Bélgica con ese coche al que le ha puesto de matrícula 1-O-2017, para recordar aquel rupturista fin de semana de octubre.

Por cierto, en Bélgica se pueden poner matrículas personalizadas a cambio de abonar una tasa de 1.000 euros. ¿Se imaginan que incluya esta cantidad en su próxima lista de reclamaciones a Pedro Sánchez? ...cosas veredes.