Pocos libros habrá en la historia (si los hay) tan perniciosos como el Malleus Maleficarum, el más extenso y detallado manual para combatir la brujería tanto en Europa como posteriormente en América. La fatídica obra, traducida del latín como 'El martillo de las brujas', se publicó en 1487 después de que el inquisidor dominico Heinrich Kramer solicitara al papa Inocencio VIII que le concediese la potestad para perseguir delitos de brujería y este emitiera la bula Summis desiderantes affectibus, con la que reconocía la realidad de las brujas y exhortaba tanto a Kramer como a Jacob Sprenger, coautor de la obra que nos incumbe, a perseguirlas en el norte de Alemania.
Los inquisidores, muy astutos, aprovecharon el viento a favor y escribieron el tóxico manual con la bula precediéndolo para que infundiera a todo el texto de una dañina (y falsa) autoridad. La artimaña funcionó y, aunque el libro recibió numerosas críticas, pues contradecía las tesis oficiales de la iglesia respecto a la brujería y no era más que un refrito de supersticiones y otras obras de rigurosidad más que dudosa, se acabó convirtiendo, con el apoyo de la incipiente imprenta, en la obra más vendida solo por detrás de la Biblia en los siglos XVI y XVII.
Por supuesto, la brujería ya había sido mencionada mucho antes. Así, la diosa Hécate está vinculada con ella, lo mismo que Circe, experta en pociones mágicas. Aparece también sancionada en leyes romanas del siglo V a. C. y condenada tanto en la famosa ley sálica de los francos como en el código de leyes de Carlomagno. Sin embargo, nunca hasta la llegada del Malleus Maleficarum se había difundido en masa la existencia de las brujas ni sistematizado su persecución (determinando los métodos para detectarlas y destruirlas). Como consecuencia, se instauró una continua sospecha en el seno de una sociedad ignorante, ansiosa por hallar un responsable de la penuria, el hambre y la enfermedad que la azotaba. A partir de entonces, como es obvio, las detenciones se incrementaron exponencialmente y bajo criterios tan arbitrarios como contar con cicatrices o verrugas, ser anciana o mostrar cierta independencia o sabiduría. Pues no lo olvidemos, la caza de brujas se erigió como un terrible proceso misógino, según el cual las mujeres, condicionadas por el pecado original de Eva, eran más susceptibles a las tentaciones de Satán. El texto, de hecho, se refiere a ellas como «el mal necesario, la pena ineludible, el peligro doméstico» y, literalmente, dice que son «más crédulas, más propensas a la malignidad y embusteras por naturaleza», lo que las convertía en la herramienta ideal para que el Maligno llevase a cabo sus maquiavélicos planes. Las mujeres (las brujas), con una sola mirada (el mal de ojo), eran capaces de producir la muerte, provocar abortos o agostar cosechas. Además, volaban sobre fálicas escobas, comían niños, transmutaban a la gente en animales, causaban epidemias y lo peor de todo: hacían desaparecer los miembros viriles, tal y como se narra con ejemplos concretos.
maldad desAtada. Ante tanta supuesta maldad desatada y tanta facilidad para la condena (los inquisidores, además de ser declarados infalibles, utilizaban la tortura hasta conseguir la confesión), no es de extrañar que las ejecuciones por brujería, ya fuesen a través de la hoguera o el emparedamiento, se llegaran a contabilizar por decenas de miles en el mejor de los casos y por millones en el peor.
La Biblioteca de Castilla-La Mancha, en Toledo, como no podía ser de otro modo con un bestseller como este, reflejo fidedigno de épocas más oscuras, cuenta en su fondo antiguo con varios ejemplares de la espeluznante obra. En concreto, dispone de un volumen de 1519, uno de 1584, otro de 1600, cuatro de 1620 y cuatro más de 1669, con orígenes que incluyen a la Compañía de Jesús de Toledo, el convento de los Carmelitas Descalzos, el colegio de San Bernardino, el convento de los Agustinos Recoletos y la Biblioteca Arzobispal. De cuatro de ellos, se ignora su procedencia.
Curiosamente, la denominada 'biblia de los cazadores de brujas' se sigue vendiendo hoy a partir de traducciones del latín a diversos idiomas (incluido el español), aunque, por fortuna, con propósitos muy distintos a los primigenios, entre los que se incluye, o eso espero, servir como reflejo de una barbarie generada por ese peligroso cóctel de intereses pérfidos, bulos despiadados e ignorancia suprema. Leamos y aprendamos.
(*) David Luna es novelista y divulgador, y ejerce como técnico auxiliar de Bibliotecas en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.