El espíritu de las leyes (en francés: De l’esprit des lois, originalmente De l’esprit des loix) es un tratado de teoría política y derecho comparado publicado en 1748 por el filósofo y ensayista ilustrado Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu. En él recrea el modelo político inglés -tomado, a su vez, de los germanos- el sistema de separación de poderes y monarquía constitucional, que considera el mejor en su especie como garantía contra el despotismo.
Según el autor francés, los poderes ejecutivo, legislativo y judicial no deben concentrarse en las mismas manos. Se trata de una teoría de contrapesos, donde cada poder contrarresta y equilibra a los otros. El modelo es tomado del sistema político de Reino Unido, donde hay monarquía (el Rey es la cabeza del Poder ejecutivo), hay aristocracia (en la Cámara de los Lores, que es legislativa) y hay representación popular (en la Cámara de los Comunes, que también es legislativa). Aunque en Inglaterra, si bien es un paradigma de representación, no lo es de separación de poderes ya que, en ocasiones, la Cámara de los Lores funciona como Tribunal Supremo.
Y ¿qué tenemos en España?, nos podríamos pregunta en estos últimos tiempos.
Igual que en Francia, dirían los leguleyos de pago, y distinto, dirían los ciudadanos de a pie. Pero España, ¿no es una democracia en la actualidad?. Sí claro que lo es, así consta en la Constitución, esa Carta del Pueblo que tuvieron a bien elaborar en consenso representantes de todos los partidos políticos de la época de la Transición Española.
Pero nos estamos acostumbrando a escuchar a algunos de los políticos gobernantes que la Constitución hay que cambiarla, pero lo cierto es que mientras ese momento no llegue -si es que llega pronto- la Constitución aprobada en 1978 es la que rige y es la que hay que seguir con carácter obligatorio e imperativo. ¿O, no?
Pero ay de nosotros, como dirían nuestros abuelos, o ay de ustedes españolitos, como diría Montesquieu, porque en estos tiempos que corren no vemos más que ‘pisoteos’ a la Carta Magna, a los artículos que la conforman, a los dictámenes de los jueces, a los dimes y diretes de unos fiscales, abogados del estado o jueces, que según el viento tal como vaya, donde dije blanco digo negro. Y es que estamos confusos los ciudadanos de a pie, porque ya no es cuestión de ideología, la que cada uno de nosotros tenemos y seguiremos defendiendo, sino de coherencia, respeto, dignidad, legalidad, justicia, rectitud, ejercicio soberano, estados de derecho, concienciación, voluntad política, sentimiento patrio o qué sé yo.
La Justicia es el brazo de la Ley y debe ser uno de los tres Estados de ejercicio independiente total, y no que un gobierno -sea el que sea- pueda decidir en un Consejo de Poder Judicial, o pueda decidir en una Abogacía del Estado o pueda decidir en una Fiscalía General, porque si así es, ¡apaga y vámonos¡, porque no habrá neutralidad y se romperán los cánones de la voluntad del pueblo ajustada a ley y se llegará a ‘vaivenes bananeros’, propios de lugares exóticos y voluntariosos, pero poco ejercitados en la práctica democrática, la que define las libertades del ser humano, individual y social. Y si no, analizar muchas de las noticias de estos tiempos que nos llegan de vez en cuando, y veréis cómo en algo llevo razón.