Estamos en plena Navidad, contando los días y las horas para despedir el 2023 y recibir el 2024, con la esperanza de que el nuevo año nos sea más propicio, aunque más de uno diga aquello de «virgencita, que me quede como estaba». Son fechas familiares, de abrir el corazón a los demás, de pasar por alto comentarios o circunstancias que en otra época del año podrían sacar de sus casillas a cualquiera. Mis sobrinos dicen que enervo con facilidad, pero para que vean que he decidido que este año quiero que me invada el espíritu navideño, el miércoles ni me inmuté cuando el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez criticó a muchos medios de comunicación -y, por extensión, a los profesionales que en ellos trabajan- por no condenar comentarios como el de «me gusta la fruta» de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la comunidad de Madrid.
Pedro Sánchez estaba con la piel fina, seguro que también invadido por el ambiente navideño, y fue más allá, ya centrado en el debate político, diciendo que hay gente que insulta y otros que son insultados, donde, obviamente, se sitúa él. Sin ánimo de cizañar, animo al presidente de todos los españoles -aunque de unos más que de otros-, a buscar en la Real Academia Española (RAE) el significado de insultar, que es «ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones». Si después, ahora que en Navidad se goza de más tiempo libre, mi tocayo piensa en muchas de las palabras que él dijo y que después se las llevó el viento, como las reiteradas «con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo 20 veces», comprobará que hay muchas maneras de insultar, en este caso a millones de españoles.
¡Feliz Año Nuevo!