Fernando Valladares Ros, profesor de investigación en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y profesor de Ecología en la Universidad Rey Juan Carlos, visitó esta semana Albacete para ofrecer una conferencia, incluida en el ciclo Abriendo Mentes de la Universidad Popular. Allí desgranó numerosa información recopilada sobre las evidencias acerca del cambio climático, así como las opciones que tiene la humanidad para mitigarlo. Todo ello lo aborda en su reciente libro La recivilización: Desafíos, zancadillas y motivaciones para arreglar el mundo.
Es obligado comenzar con una pregunta acerca de la actualidad más reciente en torno a estos temas, ¿cree que ha servido de algo la conferencia COP de Dubai?
Las cumbres del clima levantan siempre muchas expectativas, porque es un momento en que se da mucha visibilidad al cambio climático, y luego suponen un jarro de agua fría cuando se ve que las conclusiones son insuficientes.
Estas cumbres son necesarias, pero no tengo tan claro que su huella ambiental se compense con los acuerdos que se alcanzan. Deben tener lugar, porque permiten diálogos que serían impensables si no fueran en esas circunstancias, y pueden verse algunas cosas positivas, pero en concreto esta COP28 ha sido muy desilusionante y ha hecho que se caigan algunas máscaras, como la del propio país anfitrión, que intenta dar una imagen de sostenibilidad, pero ha dejado claro que quiere atar corto el negocio del petróleo.
Se dice que la cumbre ha sido histórica porque por primera vez se han abordado los combustibles fósiles, que parece mentira que se haga por primera vez en 30 años y hasta ahora se sustituía por el tema de la reducción de emisiones, que es bastante más laxo que abordar desprendernos de esos combustibles.
Al final cundió un cierto acuerdo en que no se puede mantener la cifra de emisiones actual, pero la implementación de las medidas se deja en manos de todos los países y los acuerdos siguen sin ser vinculantes, factores que motivan esa desilusión.
Pasemos al contenido de su conferencia, ¿en qué consiste ese concepto de recivilización?
Busca ser un título corto y provocador para el libro, llamando la atención sobre el hecho de que tenemos mucho que ganar cambiando nuestro modo de civilización y también de que estamos ante una oportunidad histórica de evitar el colapso de nuestra sociedad. Sabemos que todas las civilizaciones han ido colapsando una detrás de otra y nosotros estamos asomándonos a ello, porque nuestra relación con la naturaleza, nuestro consumo de recursos naturales o nuestro crecimiento indefinido son insostenibles.
Personalmente pienso que debemos ver esa realidad no solo como una gran preocupación sino también como una ocasión de anticiparnos a las cosas que están por venir, que la ciencia ya anticipa que son inminentes. Sería la primera vez que podríamos recivilizarnos antes del colapso.
Estamos viviendo grandes problemas, como tensiones geopolíticas y crisis ambientales o sanitarias, pero ante ellos contamos también con herramientas tecnológicas, el conocimiento científico y un mundo globalizado, que nos permite compartir información muy rápidamente a escala mundial.
Utilizo la palabra civilización de forma deliberada para no centrar el debate solo en el modelo socioeconómico, que sí es causante de todos esos problemas, pero no es lo único que cambiar. Si no cambiamos nuestro chip en cuanto a valores, motivos u objetivos, la civilización solo pondrá pequeños parches a cosas que claramente no funcionan bien y perderemos esa ocasión histórica para poner los derechos humanos y el bienestar por delante de una falsa prosperidad, basada solo en indicadores monetarios y una economía con mirada miope.
Por tanto, ¿ese concepto entronca con el de la necesidad de desaceleración que propugnan incluso algunos economistas?
Sí, es algo que también lleva 30 años diciéndose, pero ahora ya estamos llegando a un punto en que las consecuencias serán irreversibles, por ejemplo, en cuanto al agotamiento de los recursos naturales.
Basta pensar en las numerosas zonas de España que tienen ya déficit crónico de agua, mientras que en paralelo crecen las concesiones al regadío o los riegos ilegales. El 80% del agua de destina a eso y aunque los ciudadanos hagamos nuestros deberes en cuanto a ahorro, solo podremos mejorar en un pequeño margen. Estamos un poco engañándonos al pensar que necesitamos esa cifra para alimentarnos, porque gran parte de la producción se exporta, y simplemente estamos alimentando una codicia especulativa e inversora, mientras llegamos al límite de los recursos hídricos.
Con la desaceleración, solo caben dos alternativas. No hacer nada y esperar al colapso, que es más o menos lo que estamos haciendo, o buscar vías alternativas para planificar una reducción de la producción y del consumo. Sería inteligente hacerlo con antelación para evitar ese agotamiento y una gran recesión.
¿Y cuáles son esos desafíos y zancadillas a los que alude en el título?
Un desafío es la fuerte inercia que tenemos como sociedad a seguir haciendo todo igual, aunque sepamos desde hace mucho tiempo que las cosas no están bien hechas, impulsados por sectores que solo buscan el rendimiento a corto plazo y buscan que nada cambie. De todo hacemos un negocio y no nos damos cuenta de que eso nos está empobreciendo e hipotecando nuestro futuro, incluso ya en el presente, porque nuestra salud, tanto física como mental, se está deteriorando y realmente no lo estamos pasando bien.
Esta fiesta de derroche energético y de recursos no nos hace ni más sanos ni felices. Ni siquiera lo son los multimillonarios, ya que ellos mismos muestran ansiedad, toman antidepresivos o están buscando cómo salir del planeta e irse a Marte.
Mi propuesta en el libro es parar un poco y repensar nuestra prioridades. No es fácil de hacer, pero sabemos aproximadamente cómo hacerlo y debemos elegir entre tres escenarios: no hacer nada, dejar que otros decidan por ti o lo que defiendo, una transformación en muchos aspectos, pasando por supuesto por el decrecimiento económico.
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