La multitud se apelmazaba a la puerta del lujoso hotel, el Ritz, ahora con un apellido oriental, Mandarín, pues el capital chino lo adquirió en la capital hispánica y lo llenó de un lujo «ultramegapomposo», algo dudoso en el gusto; antaño exquisito. Ahora mucho oro, mucho «nuevo» pretencioso... Entre lucecitas navideñas, verdes y hermosas enredaderas, la puerta blindada con los miembros de la escolta, casi un ejército, y los porteros del edificio, cerrando la entrada a todos, manteniendo a la muchedumbre. Dos grandes automóviles de altísima gama, negros, llegan. Cantan con guitarras las canciones más célebres de los Beatles, pero, de pronto, gritos, alaridos, espasmos. Aparece Paul McCartney, el compositor y cantante tal vez más célebre de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI, uno de los más exitosos de todas las épocas. Sesenta discos de oro, cien millones de álbumes, cien millones de sencillos como solista, reliquia del célebre conjunto de Liverpool. Solo su canción Yesterday ha sido cantada por más de dos mil artistas de renombre... Un mito todavía vivo. Más revuelo que cuando llega un presidente de gobierno; devoción y respeto. Le observo subirse para saludar y que le vean los fans, sus adoradores, desmayos... Fotos, autorretratos con él al fondo, cámaras, periodistas, histerias... Entra, arranca su carro y el que le sigue. Corriendo, algunos fanáticos van detrás mirando por las ventanillas obnubilados hasta el semáforo en rojo, devorando los instantes en que ven partir al amado ídolo... Marchó al concierto que en Madrid celebra, 82 años, y sigue trabajando, no se jubiló, no pretende estar parado.
En Sotheby's, poco antes, un ricacho chino, que hizo fortuna con criptomonedas, desde el país supuestamente comunista, compra una banana que pretende ser una obra de arte, de Maurizio Cattelan, pegada a la pared con adhesivo, paga por ello 6,2 millones de dólares y la devora. Adiós «obra de arte». Tontería que no tendría mayor transcendencia si no fuera porque hay millones de personas y no solo en los países pobres que sufren graves necesidades, en Nueva York, sin ir más lejos, en Londres... Por parte del creador italiano, es una astucia más para lograr gran notoriedad y fama, ganando una fortuna por ello. Por parte de la institución de las artes, es un nuevo modo de desprestigiarse y con ellas a las humanidades. Por parte del comprador, un crimen contra la humanidad, habiendo quienes mueren de frío y hambre o enfermedades.
Por un lado, la gran potencia económica compite con la hegemonía mundial de EEUU, que nos ha dominado durante tantas décadas, setenta años de imperio incontestable. Por otro, China imita culturalmente lo que pasa en Occidente mientras nos disgregamos, afectados por metástasis ideológicas y apenas engendramos jóvenes generaciones. Pero pronto llegan las Navidades centradas en el Bebé que nos renace.