En el ámbito deportivo, todo el mundo habla de la victoria del Real Madrid sobre el Manchester City, que le permitió clasificarse para las semifinales de la Champions League de fútbol. El técnico madridista aseguró que no había otra forma de clasificarse ante el vigente campeón que mediante una defensa férrea, sufrir dentro del campo y aprovechar las mínimas oportunidades que ofreciera el rival. Y así fue. Los jugadores blancos se aferraron a las escasas opciones que tenían ante los todopoderosos ingleses. Después, todo el mundo vio el resultado. Días antes, en el ámbito de la tauromaquia, en la Feria de abril de Sevilla, un torero de clase media, Manuel Escribano, apeló a la épica cuando un toro le propinó una cornada de 10 centímetros en el muslo y pidió a los cirujanos que le operaran sólo con anestesia local, porque quería salir al ruedo para matar su segundo astado de la tarde. Cuando volvió al redondel, Escribano, físicamente mermado, dio una lección de pundonor y gallardía y cortó las dos orejas de su oponente, siendo uno de los momentos más destacados de la feria. Puso toda su verdad.
En ambos casos, la épica fue de tal calibre que llegó a tocar la fibra del personal. Pero esto no hubiera sido posible sin que detrás de esa épica no hubiera existido una verdad sin tapujos, sin excusas. Hoy, miles de vascos acuden a las urnas. No sé cuál será el resultado, pero debe vencer la verdad o, al menos, que nadie intente manipularla con interpretaciones sesgadas y partidistas. La verdad es que ETAfue una banda terrorista que asesinó a 850 personas. Intentar blanquear a sus herederos -con asesinos no arrepentidos en sus listas- o excusarlo -con pactos políticos cuando es menester- está en las antípodas del espíritu que debe primar en una sociedad civilizada, como fueron los ejemplos del Real Madrid o Manuel Escribano, cuya verdad traspasó todas las fronteras. Lo contrario enfangará aún más si cabe la política española.