En España el antisemitismo, dependiendo del espectro ideológico, es residual en la derecha y actualmente está muy arraigado en la izquierda. Sobre todo, al margen del conflicto actual, por la propaganda soviética a partir del posicionamiento del estalinismo, que admitió las supuestas conspiraciones por las que fueron condenados varios judíos en el proceso de Praga de 1952, bajo infundadas acusaciones de traición y colaboración con Estados Unidos. La izquierda olvidó su inicial apoyo a Israel e identificó a los judíos con la causa capitalista, creando una imagen estereotipada de los judíos que perdura en la izquierda española, hasta el punto de apoyar a ultranza al islamismo más radical e integrista de Irán por el simple hecho de tener un enemigo político común, con posturas contrarias a los valores democráticos, pese a que se restrinja el derecho a la libertad de expresión y de asociación, pese a la represión, la discriminación y la violencia sistémica contra las mujeres, las niñas, las personas LGBTI y las minorías étnicas y religiosas y pese a que se someta a miles de personas a interrogatorio, detención arbitraria, procesamiento injusto y encarcelamiento.
Que sepan que una gran parte de la población española, sin saberlo, tiene ascendencia judía. Existen empresas que ofrecen determinar expresamente, a través de las características genéticas específicas del interesado, si se tiene ascendencia judía, de qué línea de descendencia judía proviene, e incluso qué porcentaje de judío lleva consigo. Aunque dejan claro que el pueblo judío no es genéticamente delimitable, sin embargo, una prueba de ADN genealógico, complementado con el perfil generalizado de judío, partiendo de una cierta homogeneidad genética que se desarrolló a lo largo de los siglos de convivencia cerrada, puede confirmar el origen judío.
Probablemente España ocuparía hoy un lugar más preeminente en el mundo, si no hubiera perdido el lobby judío con su expulsión de los territorios de Castilla y Aragón en 1492. Los ataques a los judíos, el saqueo y las matanzas habían llevado a muchos a convertirse en cristianos nuevos, que a su vez fueron rápidamente ascendiendo socialmente y provocando de nuevo el recelo y el resentimiento de la población, que desembocó finalmente en el Decreto de expulsión del 31 de marzo de 1492, aunque el hecho de la expulsión no fuera único o exclusivo de la monarquía española. En su respuesta al Edicto de expulsión, Isaac Abravanel, les recuerda a los Reyes Católicos que «(...) su nación sufrirá de las fuerzas de un desequilibrio que Vuestras Mercedes han dado su inicio (...) os convertiréis en una nación de iletrados, vuestras instituciones de conocimiento (...) no serán respetadas. En el curso del tiempo el nombre tan admirado de España se convertirá en un susurro ente las naciones».
En realidad, los judíos no fueron expulsados exclusivamente por la monarquía hispana del momento, sino por cada uno de sus compatriotas, colegas y vecinos. Que no se nos olvide que cada español lleva dentro un Torquemada.