La última DANA caída sobre Valencia, sobre todo, y en menor medida sobre Castilla-La Mancha, con un Letur totalmente devastado, nos pone de nuevo ante la reflexión última: la vida es un accidente sujeto a múltiples variables, un hilo finísimo que se rompe en el instante en el que uno toma la decisión de bajar al garaje a salvar el coche de la riada. Sin más, es así de radical el asunto. A partir de ahí todos son preguntas con respuestas variadas: el destino, la casualidad puñetera, la suerte esquiva, la predestinación, la hora que todos tenemos señalada desde el inicio de los tiempos…Respuestas a gusto de cada cual sobre las que nada podemos decir.
Pero sí que podemos analizar qué es lo que se podía haber hecho de otra manera en los niveles en los que se puede hacer algo no por evitar lo inevitable, en este caso una tormenta brutal con tornado incluido, pero sí por aminorar el golpe y hacer más ligeras las horas posteriores al desastre, y es ahí donde nos encontramos con el gran desastre en el que nos encontramos inmersos y que de nuevo enciende todas las alarmas sobre la deriva peligrosa que está tomando nuestro Estado, a saber:
Falta total de liderazgo: en la presidencia del Gobierno no hay un timonel sino una persona que escurre el bulto, que parece tener unas prioridades muy alejadas de las necesidades más perentorias de las personas. A Pedro Sánchez le perseguirá siempre el «pedid si necesitáis» con el que ha pretendido despachar el asunto. La desolación ante una respuesta de este tipo en una emergencia nacional es total y la sensación de no tener nadie al frente de la nave es total. Es como si en lugar de un gobernante tuviéramos a un malabarista enfermo de poder solamente preocupado porque ninguno de los platillos con los que juega a mantener un equilibrio imposible no se le caiga al suelo.
Por otro lado, el fracaso de la llamada «cogobernanza». La palabra la puso de moda el propio Pedro Sánchez al hilo de la pandemia. En un país descentralizado como el nuestro, había que hacer un trabajo importante de coordinación entre el Estado y las comunidades que eran las que tenían en gran medida las competencias sanitarias. Es verdad que aquello obligó a las comunidades a mirarse a la cara como partes de un todo. Esta vez la desgracia y la tragedia ha caído sobre una parte no sobre el conjunto, principalmente sobre Valencia, y la sensación que llevamos por el momento es de falta de eficacia, descoordinación total, algo tan bochornoso como ver a los responsables de los distintos niveles de gobierno (autonómico-nacional) tirándose la pelota al tiempo que miles de españoles esperan desesperados algo de ayuda en medio de un montón de preguntas que interpelan a todos: ¿Cómo es posible que desde la comunidad autónoma no se alertara con tiempo? ¿Por qué esa tardanza del Gobierno de España en movilizar todos los efectivos militares disponibles? Las respuestas son tan banales como desesperanzadoras y lo peor es que nos colocan ante un Estado ineficaz y fallido.
Y nuevamente el «pueblo salvando al pueblo». Las riadas de aguas torrenciales han sido compensadas por riadas de solidaridad entre españoles. Lo único que ha sido capaz de aliviar el gran desastre ha sido la acción espontanea de españoles, riadas de personas que perciben a España como un todo que se define como espacio de solidaridad. Sin embargo, la desafección de esos españoles hacia sus gobernantes es cada vez más brutal. Quede como ejemplo los incidentes del pasado domingo en Paiporta. Lo tenían claro algunos de los afectados que fueron entrevistados por las cadenas de televisión: ¿de qué nos sirven que vengan por aquí con el chalequito de los desastres si al final no tenemos una grúa que retire los coches apilados, ni nadie que nos traiga un mínimo suministro de alimentos o agua?. Eso que Felipe VI definió perfectamente: que el Estado se haga presente en toda su plenitud. La cosa está clara y ha habido españoles que se han sentido tirados en medio del gran desastre. La DANA es un nuevo aldabonazo a la sensación generalizada de que los pilares básicos de la casa están fallando estrepitosamente. El pueblo, tan dispuesto a las riadas solidarias, puede estar disponible para las riadas de la indignación, sirva como aviso los incidentes de Paiporta, y quizá ya de forma menos ingenua que cuando hace algunos años todo quedó encauzado por los ríos de la llamada y fracasada «nueva política».