Terminó su intervención de 15 minutos y desde la tribuna se dirigió directamente a la puerta. Pere Aragonés ya había dejado el titular: primero amnistía y después referéndum.
A Sánchez no le servirán de nada los subterfugios, ni tampoco las órdenes de que nadie del partido y del gobierno mencione las negociaciones con los independentistas catalanes: el presidente de la Generalitat ha sido muy claro sobre lo que se está negociando. De la voluntad de Pedro Sánchez depende que Aragonés y el resto de los independentistas logran sus objetivos.
Cualquier presidente que respete la democracia habría cortado de inmediato las negociaciones con un partido que pone sobre la mesa dos condiciones que no tienen cabida en la Constitución, por mucho que el gobierno intenten "convertirlas" en constitucionales tratando de forzar un texto que pase el filtro del Tribunal Constitucional. Haría falta más que retorcer un texto para ocultar lo que verdaderamente pretenden ERC y Junts: la independencia de Cataluña. Con un planteamiento torticero según lo expuesto por Aragonés, que pasaría por independencia pero con un "mientras tanto" en el que el gobierno de España pagaría los servicios a los catalanes que tendría financiar la Generalitat. El discurso victimista de Pere Aragonés va en esa línea.
No solo tendría que aclarar Sánchez qué pretende hacer con el independentismo catalán, porque hasta ahora lo que se advierte es que ese independentismo avanza con fuerza sin que desde Moncloa se le ponga algún tipo de barrera o de veto, sino todo lo contrario. No respeta la Constitución, solo mira hacia el resto de España si es para pedir financiación a proyectos que inciden en la desigualdad de los españoles, persiguen a los que insisten en demostrar su españolidad, y hacen alarde público de la falta de respeto a las instituciones. Empezando por las relaciones con el Rey y siguiendo por toda una serie de ejemplos de desplantes e iniciativas intolerables, que incluyen la no aceptación de las decisiones judiciales, la vulneración de derechos de ciudadanos que viven en Cataluña o, el último ejemplo, tomarse el Senado, Cámara territorial, como una tribuna en la que se llega, se desgranan exigencias no admisibles, y se va uno para casa, sin aceptar el debate.
Todo ello, porque Pedro Sánchez necesita el puñado de votos del independentismo. Y tanto Puigdemont como Junqueras y Aragonés han elevado el precio conociendo el grado de obsesión por el poder de su interlocutor.
Tenemos en España un problema muy serio: la continuidad de Sánchez con socios que se mueven al margen de la ley y de los principios democráticos … o ir a unas elecciones que, probablemente darían paso a una repetición del mismo gobierno con idénticos socios. Modelo que no se da hoy en ningún país europeo.
Los votantes tendrían que hacer una mínima reflexión sobre el voto. La proliferación de partidos extremistas de los dos signos, más independentistas, está llevando a la desigualdad, déficit institucional y constitucional y anulación de importantes derechos.