Juan Bravo Castillo presentó en Librería Popular su última novela El Gran Tour. Andanzas por la vieja España. El escritor, catedrático de Filología Francesa y Literatura Comparada, director de Barcarola y columnista de La Tribuna de Albacete, comentó las singularidades de esta obra.
¿Cuánto tiempo para hacer realidad este proyecto?
Cinco años de plena felicidad. Tres dedicados a la planificación, documentación y escritura; dos, para la corrección (eso es lo esencial). Y eso que, como stendhaliano, no debería decirlo. (Rojo y Negro, tres meses) (La Cartuja de Parma, 48 días). Una verdadera proeza. En ese aspecto -la escritura- soy discípulo de Flaubert (cinco años cada novela). En ese aspecto, me congratula decirle que son más de tres mil borradores los que tengo a la disposición de quien desee estudiar la génesis de esta novela. ¡Ay de los que creen que escribir es fácil! En cuanto al tiempo, amigo mío, ¡qué te voy a decir! El escritor es escritor, como dice Bretón, hasta cuando duerme.
¿El Gran Tour es muy diferente a las anteriores?
El Gran Tour digamos que aspira a ser una novela total, no es nada fácil mover más de 100 personajes, a lo largo de 25 días. Las dos primeras que escribí (Naufragio en el tiempo), fueron ejercicios en la línea de Kafka y Samuel Beckett, con un nivel de exigencia muy alto. Cuando me jubilé, di a la luz Naturaleza muerta (un libro con el que saldaba cuentas de mi profunda decepción universitaria, con personajes ambiciosos y sin escrúpulos, incluidos políticos y jerarcas, que te agostan la ilusión). La volvería a escribir mil veces. El Gran Tour, es una novela hecha con restos de naufragio, pero con esperanzas de futuro, creo.
¿Tiene carácter autobiográfico?, ¿cómo?
Toda la gran literatura es más o menos autobiográfica. O sea, está impregnada del yo del narrador: Ulysse de Joyce, En busca del tiempo perdido de Proust, La Regenta de Clarín, Orgullo y perjuicio de Jane Austen, Cien años de soledad, y no digamos Madame Bovary, acerca de la cual, Flaubert afirma aquello de Madame Bovary, c'est moi; aunque también los hay que recuerdan que Madame Bovary es un Quijote con faldas. Digamos que «de lo que se come, se cría» y «lo que no te mata, te nutre».
¿Una obra singular?, ¿en qué sentido?
En el sentido de que se aparta de las modas al uso. Lo que no es un thriller, o una de esas novelas protagonizadas por personajes ambiguos, con trazas retorcidas y argumentos requetesobados, como los viejos novelones del oeste, los westerns, o las novelas policíacas, están destinados al fracaso. Y, sin embargo, como decía Galileo: «Se mueve».
¿Libro de viajes que encubre una novela de aprendizaje? Ahí le va a doler a algún crítico o, mejor, papanatas, de los que, si volaran, cubrirían el sol. Son muchos los que ignoran que la novela surge con La Odisea, adquiere derecho de ciudadanía con Don Quijote y de modernidad con Robinson Crusoe y Madame Bovary. Es decir, tres novelas de viajes y una, Madame Bovary que se agosta como las plantas porque, por una circunstancia o por otra, no le dejan volar. En cuanto a la Novela de Aprendizaje, o Bildungsroman, es un concepto básico alemán, que se impone con Goethe, y que se deriva de la Novela Picaresca (española), y de la Novela de Ascensión Social (inglesa y francesa). Según ello, la novela como género (y el teatro), aspiraría a lo que Molière denomina Castigat riendo moris (o sea divertirse o entretenerse) y formarse como persona.
¿Quiénes son los protagonistas de la novela?
Dos jóvenes a punto de licenciarse, uno, Juan, en Filología e Historia; el otro, Enrique, en periodismo.
¿Por qué andanzas?
Pues porque, aunque siguen un itinerario más o menos previsto, no le hacen ascos a nada, convencidos de que el azar dirige nuestra vida.
¿Cómo es esa España que conocen de primera mano?
Un país único, con aroma especial, hecho del polvo de 100 generaciones (ese polvo que Almanzor conservaba de las 1.000 batallas que protagonizó, y con el que fue sepultado en Medinaceli: la puerta del cielo), un país, acaso el único, en que, a cada paso, puede acaecerte una aventura.
¿Piensa, como dice al comienzo de la obra, que el mundo ha cambiado tanto que ni nos reconocemos?
Desde luego, y a peor, sin duda. Hemos ganado, qué duda cabe, en higiene y comodidad (pensemos en la asquerosa peluca llena de piojos de Carlos II el hechizado, o de la «chambra» que, dicen, llevó la Reina Católica, durante los años que se prolongó la toma de Granada. Es indudable que un burgués mediano, en la actualidad, vive más y mejor que el duque de Medinaceli. Pero también podemos decir que «nunca fuimos tan pobres, pero tan felices».
¿Una novela de aventuras?
Por supuesto. Una maravillosa novela de aventuras, a la entera disposición de quien sabe mirar y ver.