Editorial

El doble rasero a la hora de medir la corrupción según quien la practique

-

El temporal está muy lejos de amainar. Nada más lejos de la realidad, y es que todo hace pensar que lo peor de la tormenta está por llegar. A las puertas de la cárcel de Soto del Real, el 'conseguidor' del 'caso Koldo', Víctor de Aldama, justo antes de meterse en el coche y abandonar la escena, quiso dejar claras «dos cosas», que en realidad fue solo una, convertida en un misil a la línea de flotación de la embarcación que capitanea Pedro Sánchez. «Como tantas pruebas quiere, que no se preocupe el señor Sánchez, que va a tener pruebas de todo lo que se ha dicho». Ese «lo que se ha dicho» pone sobre el tablero el que puede ser uno de los casos de corrupción más graves y sangrantes de la historia reciente de este país. El empresario y presunto comisionista de la trama declaró ante el juez, de forma voluntaria, entre otras cosas, que pagó comisiones en efectivo a altos cargos como el exministro José Luis Ábalos o el número tres del PSOE, Santos Cerdán.

Tanto el Gobierno como el partido que lo ostenta no tardaron en replicar todas y cada una de esas acusaciones, y es que la ristra de nombres propios socialistas que salió de la boca de Aldama en sede judicial no es pequeña. Los taurinos dirían que solo faltó El Tato por aparecer... Desde el Ejecutivo están convencidos de que este «personaje», en palabras del propio presidente, no tiene pruebas y, además, es un «mentiroso».

Entre tanto, el PP también ha movido ficha. Frente a esa poco consistente estrategia de defensa del Ejecutivo, los populares ponen encima de la mesa la carta de la moción de censura. Resulta sintomático y tiene hasta ciertos aires poéticos, si no fuera porque el tema es realmente triste, que Sánchez tuviera que abandonar la Moncloca por el mismo mecanismo por el que él llegó precisamente a ella. Además, para terminar de rizar el rizo, sustentada en la misma clave de bóveda que entonces: la corrupción.

Y ahí, precisamente, radica lo más paradigmático de todo. El PP ha hecho lo que en el manual de líder de la oposición –y fuerza más votada, por cierto– se recoge en el primer capítulo, que es intentar comandar el cambio de un Gobierno arrinconado por la «podredumbre» y que vive en una «agonía judicial». Feijóo ha colocado la pelota en el tejado de los socios que sustentan al cada vez más pírrico Ejecutivo. El arco parlamentario o bien calla, o bien tira sus propias fronteras, basadas fundamentalmente en vetos cruzados que dejan casi en imposible la opción de la moción. Lo que sí resulta evidente es el doble rasero de medir la corrupción en ciertas formaciones dependiendo de quién la practique. Pero eso también nos debería ayudar a aprender algunas lecciones de moral y a quitar varias caretas. La corrupción es asquerosa siga el camino que siga, el de la izquierda o el de la derecha. Lo que sí tiene un único camino es la verdad. El tiempo y la Justicia, como siempre, dictaminarán.