La RAE ha actualizado el diccionario digital metiendo nuevas palabras o agregando enmiendas a otras ya incluidas. Lo que nos sugieren estas incorporaciones es el desfase entre el uso de un vocablo y su registro oficial. Muchas palabras se usan sin que las corrobore la recolección académica y otras tantas dejan de usarse pese a su entrada en el diccionario. Casi estamos tentados de decir que la incorporación de nuevas palabras supone su puntilla y en este sentido el diccionario sería su mausoleo. ¿Quién recuerda o escribe hoy el término carroza, que se ha igualado a su definición? Por lo que uno recuerda, machirulo ya se usaba hace treinta años y ha venido a refrescarse ahora, tras un largo recorrido, añadiéndole un matiz despectivo que en su momento no era más que irónico. La vida de muchas palabras es corta: pompas de jabón que se desvanecen con el cambio de aires. Tuit fue consignada en 2014 y en menos de una década ha quedado en antigualla, tras la desaparición de su soporte. ¿Qué vida le aguarda a perreo o perrear? La que determinen los bailones, que reemplazarán esa pantomima por otra, o los animalistas. De entre la nueva hornada, unas cuantas son sumisiones directas al inglés (bracket, sexting) o hermafroditos (balconing) y a uno le gustaría verlas desterradas, como buen purista. Por suerte, tenemos el derecho inalienable de no emplearlas, del mismo modo que no perreamos o evitamos la cacofonía del chundachunda. Los cinéfilos agradecerán que entrañables términos como macguffin o kriptonita hayan sido validados por los sesudos de la académica, una confirmación innecesaria porque ya nos resultaban inolvidables.