El mundo ya nunca será como lo conocimos hasta este 2025. Trump y Putin plantean estos días un nuevo orden, bajo la mirada de Xi Jinping, mientras Europa está con el paso cambiado, más preocupada por asuntos intrascendentes, como el tapón de la botellas, o irracionales, como que los agricultores y ganaderos tengan cada vez más trabas y abandonen la producción de alimentos, en vez de dedicarse a diseñar políticas eficientes y eficaces para seguir siendo alguien en el panorama internacional. Con este panorama nos esperan tiempos cambiantes… ¿El fin de una era? Eso se sabrá más adelante, pero lo que está claro es que la época del buenismo parece que pasó a la historia y ahora habrá que centrarse en lo importante y sin miramientos de ningún tipo.
Sin embargo, en España, a tenor de los índices de audiencia de las televisiones, estamos más preocupados de lo que pasa en La Isla de las Tentaciones con ese tal Montoya, que bastante tiene ya el pobre chaval, que de que nuestros dirigentes se remanguen y comiencen a ganarse su sueldo como es debido, es decir, con su trabajo en favor de los ciudadanos, no de sus bolsillos o sus caprichos, como sale a la luz cada día con las noticias del caso Koldo, donde Ábalos y su hombre de confianza presuntamente desviaban fondos para mansiones, pisos, prostitutas y lujos fuera del alcance de la mayoría de los ciudadanos.
Mientras todo esto ocurre, cuyas consecuencias nos cambiarán la vida a medio y largo plazo, a nuestros jóvenes les tenemos distraídos con internet y las redes sociales. Podríamos decir que sólo las clases más bajas están enganchadas a estas distracciones banales, pero es un fenómeno transversal y afecta a miembros de todas las clases sociales, desde las más bajas a las más altas y desde aquellos que no tienen formación a los universitarios más aventajados. La desinformación, una de las lacras de este incipiente siglo XXI, acecha cada día.
Sigamos entretenidos con la burocracia excesiva en la UE, programas como La Isla de las Tentaciones o con consumiendo el tiempo con las redes sociales, que ya nos dirán otros cómo deberemos vivir e intuyo que no será un hecho positivo para los ciudadanos europeos y, por consiguiente, españoles.