Uno que se ha criado en el medio rural más profundo siempre ha convivido con las quejas de los agricultores durante décadas, pero eran un tanto distintas a las actuales. Se quejaban de la meteorología (si no llovía, si hacia mucho calor, si caía una helada a destiempo...) o de los precios bajos de sus producciones, pero sobrevivían cada año y a la siguiente sementera, incansables, ya estaban encima de su tractor para depositar los granos que se transformarían en su próxima cosecha. Ahora bien, llegó la entrada de España en la Unión Europea. Todo eran parabienes de la sociedad al completo. El titular era esperado desde hacía décadas, pero no se leyó muy bien la letra pequeña. Las ayudas de la Política Agraria Común (PAC) comenzaron a llegar y la renta agraria mejoró. Si los precios eran bajos o había mala cosecha, la PAC paliaba las pérdidas y todos tan contentos. Sin embargo, la UE tenía un plan oculto y era reducir el sector agropecuario a la mínima expresión para no contaminar e importar las producciones desde terceros países. La zanahoria eran las ayudas de la PAC, mientras comenzaba el desmantelamiento del sector. Hoy la burocracia ahoga a los agricultores y ganaderos, la competencia desleal hace más rentable dejar los productos en la tierra que cosecharlos y Bruselas exige una digitalización que no puede ser real en muchas comarcas.
El sector se dio cuenta de que la zanahoria de las ayudas desemboca en su aniquilación y se plantó. A lo mejor las formas no son las más adecuadas, pero tanto la UE como los gobiernos nacionales tienen que escuchar a los agricultores y a los ganaderos y proteger las producciones de alimentos dentro de Europa, que tiene que ser autosuficiente para no tener que depender de países cuya situación puede complicarse por guerras o boicots comerciales. La UEtiene que dar un giro a sus políticas agropecuarias porque sin agricultores ni ganaderos las ciudades no comen y está demostrado que las producciones locales son las más verdes que puede haber.