El escritor Arturo Pérez-Reverte concedió una entrevista en exclusiva a La Tribuna de Albacete durante su visita a La Roda, para participar en los actos conmemorativos del 50 aniversario del Torneo Internacional de Ajedrez. El académico de la RAE intervino en una mesa-coloquio sobre ajedrez dirigida por el periodista de El País, Leontxo García, en la que también estuvo presente el tres veces Campeón de España de Ajedrez, Eduardo Iturrizaga y el alma e impulsor del prestigioso torneo rodense, Andrés Martínez.
Me gustaría comenzar por conocer cómo surge su interés por el ajedrez, ya que es usted autor de las novelas más importantes dedicadas al ajedrez.
No, no, eso no es verdad… he escrito novelas en las que aparece el ajedrez de vez en cuando.
Me refiero, que juzgue el lector, a La tabla de Flandes publicada en 1990 y El tango de la Guardia Vieja, en 2012, además, como dice, de otras obras en las que también encontramos referencias al ajedrez. ¿Cómo descubrió el ajedrez?
Yo no sabía jugar, miraba a mi padre jugar en casa y aquello tenía una magia especial. Me di cuenta que aquello no era un juego. Tardé muchos años en comprender qué simbolizaba y lo simboliza todo, la vida, la muerte, el asesinato, la defensa, la dama, el machismo, porque hasta eso se puede encontrar en el ajedrez. Aparentemente, el rey es quien tiene el poder, pero en realidad es el más débil. La reina siempre es la más poderosa del tablero. Lo vi pronto. Para mi el ajedrez fue siempre símbolo de un montón de cosas, la guerra, la vida, la muerte, los escaques, buenos y malos… Hay un montón de visiones del mundo que el ajedrez me facilitó cuando yo era muy joven, me preparó para tenerlas.
¿Existen semejanzas entre una partida de ajedrez y una trama narrativa?
Muchas, muchísimas. Una trama narrativa es una partida de ajedrez en la que juegas contra el lector, significa seducirlo, llevártelo a tu territorio, que te acompañe durante todo el recorrido del juego. Al menos, el tipo de novela que yo hago no se improvisa. Para escribir una novela me preparo intelectualmente, espiritualmente, me concentro, voy a los lugares, por las noches me acuesto pensando en el capítulo siguiente, en cómo lo voy a diseñar para que esté bien y funcione. Ahí está tu instinto de jugador, tu conocimiento de jugador y estás jugando una partida en la que haces que el lector vaya contigo. Como en el ajedrez, tienes que anticiparte. Todo eso requiere de una especie de mirada también para la vida. Es muy difícil de explicar en una entrevista, pero todavía la política se entiende por el ajedrez, la agresión, la soledad, ese peón aislado, el fracaso. Veo así la vida y eso me ayuda a digerirla mejor, a organizarla mejor, a mirarla con más lucidez.
¿Es usted buen jugador de ajedrez?
Yo soy un jugador mediocre, no soy bueno. Soy demasiado imaginativo. Paradójicamente, mi imaginación no es la de un ajedrecista, es la de un novelista. En una jugada bonita, me voy a ella y me da igual ganar o perder la partida. Conmigo basta esperar para ganar. Yo mismo cometo los errores, pero sin embargo, lo he dicho bastantes veces, es como ir a misa, ahí están todos los misterios, soy malo como oficiante, pero muy disciplinado como feligrés.
¿Qué le parece el ajedrez como herramienta educativa?
El ajedrez con fines educativos es excelente. Leontxo, (Leontxo García, periodista y amigo de Pérez Reverte) me convenció de eso hace mucho tiempo. Se aprende el respeto por el adversario, disciplina, estrategia, a perder y a ganar. El problema está en que los niños, lo he visto en las escuelas de ajedrez, al principio van encantados, pero cuando les obligan a competir muchos se desilusionan. El ajedrez como herramienta, sin presión para el niño, desprovisto de la parte de competición, como diversión, funciona muy bien. Es una pena que en los colegios no desarrollen más la posibilidad de que los niños manejen el ajedrez.
Nos encontramos en la Posada del Sol, donde se encuentran algunos de los fondos del Centro Cervantino. Ha podido ver ejemplares catalogados de los siglos XVII, XVIII y XIX. ¿Qué le han parecido? ¿Le ha sorprendido?
Sí lo sabía, sí. Tenemos ciertas ideas de estas cosas, sí, sí. Me ha hecho ilusión porque he visto un facsímil de El Quijote que tenemos en la academia. De cierta forma, aunque de lejos, que haya alguna gotita de mi en este excelente museo cervantino me hace mucha ilusión, en una Mancha en la que desgraciadamente no siempre es fácil encontrar la huella cervantina. Yo la he recorrido muchas veces y cuando he traído a amigos extranjeros han quedado decepcionados porque el rastro cervantino es muy poco. Encontrar lugares donde todavía se ancla esa memoria es siempre muy alentador. Ojalá hubiera más iniciativas como esta. Mi felicitación a quienes lo hacen posible. Si Cervantes hubiese sido francés o inglés, toda La Mancha estaría llena de turistas.
Visita La Roda el 11 de marzo, cuando se cumplen 20 años del terrible atentado en los trenes de Atocha. ¿Cómo lo vivió?
Por mi formación profesional estoy acostumbrado al horror. Un tren que explota no era nuevo para mí. Me había pasado la vida contando cosas parecidas. Fue una especie de confirmación, es decir, creemos que estamos a salvo y nunca lo estamos. Creemos estar lejos de Ucrania, de Ruanda, de Vietnam, del Líbano o de donde sea, y no, está con nosotros. Lo hemos olvidado. Es bueno recordar que seguimos siendo vulnerables y que este confort es solo aparente. Puede llegar el momento en el que todo esto puede quebrarse con el horror. El atentado de Madrid me confirmó una vez más que el ser humano olvida a menudo que el mundo es un lugar peligroso. Nos han hecho olvidarlo, es rentable económicamente olvidar que el mundo es un sitio peligroso. Lo triste es que lecciones terribles como esta no sirvan y sigamos creyendo que el mundo es un lugar confortable.