Año de jueces en el interior y tambores de guerra en el exterior. Marcas del año entrante que aparecen en un primer baño en las orillas de la realidad. La realidad próxima y la otra, la no tan próxima (cuesta decir "remota" en el mundo globalizado) que respiramos a este lado del planeta Tierra.
Vamos por partes, como diría el desdichado "rey del cachopo":
La política nacional pasa por los tribunales mayores y menores. Desde la latente colisión entre el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional por cuenta de la ley de amnistía, cuyo desenlace por fuerza ha de influir en la estabilidad del Gobierno (un Puigdemont empapelado es un riesgo para la flotabilidad de Pedro Sánchez) hasta la miscelánea de casos adscritos al capítulo de corrupción en el entorno sanchista.
Desde que el profesor Sánchez Cuenca explicó en un sesudo artículo que el Tribunal Supremo ha retorcido el Derecho hasta límites insospechados con tal de boicotear la ley de amnistía, mientras el ruido de togas se dirigía contra personas cercanas al presidente (esposa, hermano, antiguo hombre de confianza, "su" fiscal general...), ya sabemos que el fenómeno de los "jueces en celo" se originó por el rechazo visceral de estos a las políticas del Gobierno progresista.
Sobre semejante vapuleo del principio de separación de poderes campea el minuto y resultado de la política española en un arranque del año 2025 sobrecargado de expectativas judiciales. Pero también el vapuleo de otros dogmas civiles y militares marcan el devenir de una política internacional en vísperas de la toma de posesión de Trump, que vuelve a la Casa Blanca después de anunciar al mundo que el manual del buen gobernante no será de aplicación a su alianza político-empresarial con el hombre más rico del mundo, Elon Musk, un adicto a la ketamina.
Estamos ante la normalización del despropósito en la política norteamericana. Desde la entronización de un delincuente hasta la humillación pública del inmigrante, que roba y se alimenta de gatos. Todo vale en nombre del ordeno y mando. Y es lo que se abre paso en esa singular co-gobernanza con la "primera dama" (ocurrencia del escritor Stephen King para denominar a Musk). Ambos, al parecer, inspirados por quien pasa por ser el ideólogo de la nueva derecha tecnológica, Peter Khiel, otro tiburón de Silicon Valley.
Es lo que viene. Una nueva tecnocracia descreída de los tradicionales valores de la democracia (bien común, legalidad, humanismo, bienestar de los pueblos, multilateralidad, respeto al adversario, etc). No parece la ecuación ideal de poder global frente a las alarmantes señales de un eventual conflicto armado con el emergente eje del mal liderado por Vladimir Putin, que, entre otras cosas, usa las nuevas tecnologías como herramienta desestabilizadora de los países occidentales.