Cuando se cumple un año desde las elecciones que permitieron a Pedro Sánchez mantenerse al frente del gobierno, el balance no puede ser más preocupante en lo político y, sobre todo, en lo personal.
Es el primer presidente que no ha respetado al ganador de unas elecciones, lo que no le deslegitima porque ha contado con la mayoría parlamentaria necesaria para continuar en el cargo. Pero ese ha sido el origen de todos los males que ha sufrido este año: la necesidad de superar la investidura no solo le ha obligado a llegar a acuerdos con partidos que aseguró que jamás tendría como socios, sino que para que le prestaran su apoyo aceptó todas sus exigencias. Al mismo tiempo que se convertía en un dirigente que no cumplía sus promesas y mentía haciendo lo que aseguró que nunca haría, dio luz verde a todo lo que ponían sobre la mesa los independentistas catalanes, incluida la amnistía. Aceptó lo inaceptable, incluyendo la aprobación de leyes que insistían en la desigualdad territorial, además de premiar a Cataluña con cantidades exorbitantes de dinero, quitas de deuda y privilegios que no concedía al resto de las comunidades autónomas.
Con la protesta generalizada de los líderes regionales -casi todos del PP- por el trato de favor a Cataluña, se visualizó aún más la derrota que tuvo Sánchez en las autonómicas y municipales, en las que perdió siete gobiernos regionales y la mayoría de las capitales. Se comprende que, cuando finaliza el curso político, Sánchez esté obsesionado en conseguir que Salvador Illa logre a presidencia de la Generalitat. Necesita un éxito. Pero se encuentra Pedro Sánchez, con un escollo, Puigdemont. El expresidente fugado debe muchos e importantes favores a Pedro Sánchez … Pero se resiste a apoyar a Illa. Quiere la Generalitat para él, pero si pisa suelo español será conducido ante el juez Llarena y, probablemente, enviado durante un tiempo a prisión.
El año ha sido aciago para Pedro Sánchez. Ha conseguido aprobar la Ley de Amnistía, pero la vida parlamentaria ha sido pobre en resultados, No presentó los Presupuestos -una ilegalidad, estaba obligado a presentarlos y que se votaran- y ha visto las orejas al lobo con la importante Ley de Extranjería. Como no le es fácil la aprobación de leyes, recurre al decreto ley.
Pero lo peor de este año es el descrédito del presidente, que incluso traspasa fronteras. La situación de su mujer -imputada-, aunque quede judicialmente en casi nada -todo lo relacionado con fondos europeos ha pasado a la fiscalía europea- ha afectado gravemente a la imagen del gobernante español. Siempre echa la culpa a una campaña contra su persona, y promueve leyes para limitar la libertad de los medios de comunicación; al mismo tiempo su equipo arremete contra jueces y fiscales críticos.
Ataca con saña a la oposición, pero sabe perfectamente que su pésimo año lo ha provocado él mismo: se empeñó en gobernar con socios indeseables … y no supo medir las consecuencias de ceder ante sus exigencias.