También era Navidad

J.F.R.P.
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«En cada reducto de los rencores hay quien abona con su postura la maldad más depravada abandonando a su suerte a seres inocentes, que se interponen, sin quererlo, entre sus modos de asesinar»

El clásico timo de la estampita. - Foto: A.R.

Es justo buscar treguas obviando acontecimientos, que causan incertidumbre disfrazando con eufemismos realidades dramáticas, trágicas y atroces, debatidas aquí y allá, especialmente en esa tierra maldita, adornada de misticismo y religiosidad para las tres principales religiones monoteístas del mundo, coartada para simular amor entre actos de odio, sangre y muertes indiscriminadas. No es correcto acomodarse en el bando que nos reporta mayor rentabilidad, porque todos han dejado víctimas inocentes en el camino; nadie tiene la patente absoluta de la razón, más bien al contrario, precisamente, en cada reducto de los rencores hay quien abona con su postura la maldad más depravada abandonando a su suerte a seres inocentes, que se interponen, sin quererlo, entre sus modos de asesinar. 

En los primeros días del año 2010 procurábamos recordar el timo, llamado Tocomocho, que suponía, falsamente, llevar entre las manos un buen premio de la ONCE para canjearlo por dinero a un avaricioso victimizado por la tradición. 

En enero de 2011, la ilusión de los Reyes Magos sirvió para explicar cómo puede aguarnos la fiesta cualquier descuidero, atento a los errores que podamos cometer en momentos de olvido. Cuando nacía el año 2012 recordábamos a los ladrones entrando en garajes y el modo de prevenir esos robos, que significa esperar que las puertas automáticas se cierren y detectar si alguna sombra se introduce subrepticiamente. 

En 2013 nuestra preocupación era quienes provocaban despistes; trucos de delincuentes, experimentados en el modo de introducir dedos en lugares imposibles. Pero en 2014 era imprescindible hablar de robos en pisos y la buena costumbre de esconder joyas y dinero en lugares especiales, donde un ladrón no tiene tiempo de buscar. 

A primeros de enero de 2015, cuando algunos dejaban objetos preñados de ilusión en el maletero del coche, se hablaba de quienes los encontraban para reventar sin piedad los anhelos infantiles. 

Nacía el 2016 y merecía la pena volver a comentar los robos en viviendas, donde suelen dejarse objetos valiosos y recuerdos familiares al alcance de cualquier desalmado con la habilidad precisa. Las casas son objetivo predilecto de los amigos de lo ajeno, que aprovechan la generosidad de leyes comprensivas con quienes deberían permanecer más tiempo entre las rejas. 

En 2017 teníamos la necesidad de hablar sobre los robos en empresas y sistemas de alarma deficientes para protegerlas de profesionales del ramo. Y en enero de 2018 nos deteníamos en la injusticia manifiesta de un sistema legal, pendiente de proteger en exceso las ventajas de un chorizo restringiendo libertades a sus víctimas deseando trabajar y construir un futuro cumpliendo la ley.

En enero de 2019 mostrábamos las mejores intenciones ofertando deseos de felicidad y prosperidad a una población, suspicazmente afectada por el devenir de los acontecimientos, porque los manipuladores sociales estaban mostrando su mejor repertorio para engatusar a mucha buena gente.

 Aquel año 2020, antes de dar su cara más trágica, nos avisaban del desembarco clamoroso de lo más zafio, plagado de paniaguados incompetentes, infectados de ideología casposa, ofreciendo todo para quedarse con lo mejor. Los acontecimientos masacraron vidas y conciencias, porque los peores se adueñaron de un presente perverso y malévolo. 

Por eso, en el año 2021, calificábamos como caterva indolente a toda una serie de responsables sociales consintiendo conductas despreciables. Se cuantificaban falsamente las bajas de una pandemia atroz para proteger intereses bastardos de quienes deberían haber dado explicaciones legales, pero salieron indemnes. 

En el 2022, las cuentas oficiales mentían sin tapujos, pero la falacia institucionalizada se tragó a la verdad. Una población desprotegida sufría los embates del poder más indecente. 

Y fue al nacer el 2023, cuando hablábamos otra vez de timadores, trileros políticos, esos magníficos malabaristas de la opinión apoderándose de una buena parte de la voluntad general. De ahí esos fangos, que estamos transitando cuando nace el año 2024. También era Navidad.