No es de extrañar que muchos ciudadanos se muestren asqueados por la actitud de un buen pedazo de la clase política española. No hay duda sobre lo que podríamos denominar aptitud, que deja bastante que desear, lo que supone un referente social indeseado, que no hace otra cosa que enviar mensajes despreciables sobre lo que no debe ser y la imperiosa necesidad de reclamar lo que debería serlo. Estamos asistiendo a una desgracia colectiva amparada por una forma de entender la contienda partidaria absolutamente desquiciada.
El cotilleo patrio alcanza niveles insospechados, especialmente desde que se incorporaron al albero parlamentario una serie de trencillas, que compiten en el viejo y desagradable ejercicio del esperpento. No son conscientes, y tampoco lo censuran quienes comparten bancada, que acatan la estupidez como bandera, cuando dicen o hacen mamarrachadas tratando de arrancar improperios semejantes para entablar esas partidas infumables del insulto. La mayoría de la gente con un poco de seso, porque los hay que no tienen ninguno, siguen reclamando serenidad, consenso y enfocar las ansiedades hacia lo que se puede considerar positivo para el bien común. No deberían estar jugando en ese tablero de las vanidades comiéndose las fichas, a sabiendas de que pueden dañar el campo de juego.
competición absurda. Demasiados calandrias observan como se desarrolla una competición absurda, mientras esperan ganar cuando se agoten los contendientes de tanto manosear la estupidez. No debería consentirse el cambio de reglas sobre la marcha para conseguir vencer a toda costa, incluso sabiendo todos que se hacen trampas. Desgraciadamente, el responsable de controlar la limpieza de esa partida se ha juramentado con el que más ha ofrecido como soborno, porque de algún modo se está sobornando la catadura moral de personas bien posicionadas en la mesa de juego, donde lo importante es ganar a toda costa.
Los ajedrecistas saben de ello, porque practican el nombre intercambio de conocimiento, sabiduría y el talento necesario para enfrentarse, sin más trabas que unas normas sagradas para la competición. Además, en ese gran grupo de expertos y maestros aparecen genios empeñados en ofrecer lo mejor que puede ofertar la capacidad cerebral de un ser humano. Bien vendría, con gloriosas excepciones, recuperar para la contienda partidaria y la administración de recursos públicos a personas bendecidas por el arte de analizar y reflexionar moviendo la ficha adecuada para ganar en buena lid; espectáculo del que se sienten orgullosos los muchos aficionados a las buenas formas y una inteligencia al servicio de un juego excepcional.
El debate airado sin fundamento lógico, que observamos en ese circo parlamentario no tiene similitudes con un tablero de ajedrez, donde las fichas deben moverse con destreza, sin importar demasiado su color o formato. Quienes se adiestran en ese regalo de la perspicacia deberían formar parte de las elites sociales para disponer la vida y seguridad de los ciudadanos del mejor modo posible, pues el despliegue de las jugadas más acertadas permitirá vencer en esos retos benévolos, que un cuerpo social reclama y espera. Tenemos a una caterva de obtusos jugando a la taba tirándose huesos para morder en un escenario vergonzoso. Con blancas o negras, da igual, los jugadores en ese deleznable tablero ideológico suelen dejarse comer para obtener otras ventajas, sin calcular que esa deficiencia de peones no hará más que perjudicar su objetivo. Dejarse comer las fichas no es más que un suicidio social aceptado por torpes engreídos, que desean sacar rédito ignorando lo que no sea de su pérfido interés.
Cuando el juego político se estanca, como estamos viendo en los últimos años, mientras el juez observa, impávido, cómo se derrama la idiotez sobre un tablero, se impone las tablas, dejar un tiempo prudencial y comenzar otra partida con la que recuperar la serenidad, sensatez, el tino y la sagacidad. Hay muchos espectadores aguardando una solución para esa partida del absurdo. En asuntos esenciales, cuando está en juego la unidad de España, el sistema democrático occidental, no el otro, y el sostenimiento de una estructura social debilitada, lo importante es que los jugadores en esa partida de ajedrez acepten la existencia de mirones esperando que pierdan los dos. Esos advenedizos, que defienden su negocio familiar, pretenden ganar sin jugar, por eso es fundamental y necesario que los dos contendientes acepten tablas.´