Los letureños viven entre el dolor y la incredulidad

E.F
-

Todos los testimonios coinciden en el asombro por la desmesurada y repentina subida del nivel del agua en Letur

Alberto (primero por la izquierda) escapó de la primera avenida por cuestión de segundos. - Foto: A.P.

Mientras los equipos de emergencia buscaban personas entre los escombros, había varias decenas de vecinos que contemplaban tristes y silenciosos sus trabajos. De pronto, un hombre joven se dirigió a otro mayor y lo abrazó con fuerza, delante de todos.  

«Papá, ¡no sabes lo que me alegro de poder abrazarte hoy!», dijo con una sonrisa de oreja a oreja, mientras no lo soltaba, como si temiese que se le escapara. Porque su padre, Alberto, vio muy de cerca la primera tromba, la que se llevó a dos trabajadores municipales, compañeros de su mujer.

Alberto. «Mi mujer trabaja para el Ayuntamiento, y estaba con unos compañeros en la Casa de la Cultura», donde se hacían unos trabajos de adecuación de varios de sus espacios. «Ella estaba con un grupo, cambiando y retirando libros; era casi la hora de comer y empezó a llover, así que pensé en coger el coche para ir a buscarla».

Alberto y los suyos viven en la zona alta del pueblo «y a medida que bajaba, la cosa se puso pero que muy seria, así que cuando llegué ya todos se organizaban para irse. Cogí a mi mujer, y empezamos a subir, camino precisamente del final de la Avenida de la Guardia Civil, donde el Arroyo de Letur se desbocó del todo.

«Íbamos tres coches; yo abría el camino, detrás venía el alguacil y un compañero y luego dos trabajadores más en un remolque», relataba, «y al principio subimos sin ningún problema, llovía mucho, pero nada fuera de lo normal, yo pasé junto al Arroyo con el coche, y por el canal bajaba agua, pero vamos, no era ningún disparate».

Todo se descontroló en cuestión de segundos. «Fue visto y no visto», recordaba, «el agua subió como de la nada, se empezó a salir del cauce; aún así, al coche del alguacil le dio tiempo a pasar, por poco, pero se libró».

El problema lo tuvieron los dos que cerraban la comitiva. «Ellos  iban en una furgoneta, e iban los últimos porque arrastraban un remolque. Fue todo muy rápido, en un momento iban detrás y al instante siguiente, miramos y no estaban, no hubo forma de ayudarlos ni de hacer nada».

Antonio. Junto a Alberto, estaba Antonio, quien no dejaba de remarcar que «nadie se acuerda en el pueblo de algo así; dicen los mayores que sus mayores se acordaban de que, hace más de 70 años, pasó algo parecido, pero aquí nadie ha visto algo igual», repetía mientras señalaba al segundo piso de una casa cercana.

«Si te fijas en la raya que hay en la fachada, el agua llegó hasta allí, ¡fíjate, fíjate!», le decía al redactor mientras apuntaba con el dedo. «Y el agua no vino de aquí, vino de lejos, porque aquí no llovió gran cosa, fue más arriba donde llovió y bajo con todo, con piedras, con árboles, por eso llegó con tanta fuerza  e hizo tanto daño».

Mientras hablaba, señalaba una casa tras otra, una puerta tras otra por la que entraban y salían los equipos de emergencia. «Muchas de las casas que parecen enteras no lo están; lo parecen por fuera, pero te asomas al interior y los bajos están arrasados, no queda nada, todo destrozado».

Fernando. Uno de los locales afectados, aunque estaba a más de cinco metros de altura, fue la oficina de Fernando Rivero, que es agente de seguros, quien explicaba cómo se formó la ola que se llevó medio pueblo.

«El Arroyo de Letur va al Segura, recoge el agua que baja de los arroyos y las ramblas de las aldeas, y toda esa agua  pasa por el ojo del puente, siempre lo había hecho sin problemas pero ayer, cuando llegó el agua, entre el caudal y todo lo que bajaba en ella, se atascó y saltó por encima».

No lo hizo una vez, sino tres. «La primera fue a las dos menos 10 del mediodía; la segunda, una hora más tarde, pero la tercera fue la peor de todas, ésa llegó a las 11 y media de la noche, y pudo con todo, fue la que más daño hizo con diferencia», porque hubo muchos edificios y estructuras que, dañados por las anteriores trombas, no pudieron aguantar más y se vinieron abajo.

«Hubo gente que se salvó de milagro», señalaba. Entre los casos donde hubo suerte o intervención divina, se comentaba el de un chico joven que se jugó la vida, él solo con una cuerda, para sacar a base de coraje y adrenalina a una pareja atrapada. «Pero otros no tuvieron  tanta suerte», decía mientras miraba a los escombros, «porque ahí vivía un matrimonio mayor; se habían refugiado en su casa, estaban en un balcón, esperando a que los rescatasen, pero la casa se vino abajo, no les dio tiempo».

ARCHIVADO EN: Letur, Libros