La reciente DANA que azotó Valencia ha puesto de manifiesto no sólo la vulnerabilidad de nuestra infraestructura ante fenómenos climáticos extremos, sino también la disparidad entre la gestión política y la respuesta de la sociedad civil. Mientras los políticos se han visto envueltos en una polémica sobre la eficacia de sus medidas preventivas y de respuesta, la ciudadanía ha demostrado una solidaridad y un compromiso que merecen ser destacados.
Por un lado, la gestión de la DANA ha sido objeto de críticas. Muchos ciudadanos han expresado su frustración ante la falta de preparación y la lentitud en la respuesta de las autoridades. Las promesas de mejoras en la infraestructura y en los sistemas de alerta temprana parecen haberse diluido en el tiempo, dejando a la población expuesta a los embates de la naturaleza. Las discusiones políticas, a menudo centradas en la búsqueda de culpables y en la asignación de responsabilidades, han eclipsado la necesidad urgente de soluciones efectivas y rápidas.
Sin embargo, en medio de esta controversia, la reacción de la sociedad ha sido un rayo de esperanza. Grupos de voluntarios llegados desde todos los rincones de España e incluso del extranjero, se han movilizado para ayudar a los afectados, ofreciendo desde alimentos y ropa, vehículos y maquinara, hasta apoyo emocional. La comunidad se ha unido, demostrando que, a pesar de las deficiencias en la gestión política, la solidaridad y el sentido de pertenencia pueden prevalecer. Esta respuesta colectiva no sólo ha aliviado la carga de quienes sufrieron las consecuencias de la DANA, sino que también ha reforzado los lazos entre los ciudadanos, recordándonos que, en tiempos de crisis, la empatía y la acción comunitaria son fundamentales.
La comparación entre la gestión política y la respuesta social es reveladora. Mientras que los políticos parecen atrapados en un ciclo de promesas y críticas, la sociedad ha tomado la iniciativa, mostrando que la verdadera fuerza reside en la acción colectiva. Este contraste nos invita a reflexionar sobre la importancia de una gestión pública más proactiva y menos reactiva, que no solo se enfoque en la crisis cuando ya ha ocurrido, sino que también trabaje en la prevención y en la creación de un entorno más resiliente.
En conclusión, la DANA en Valencia ha sido un recordatorio de que, aunque la política puede fallar, el pueblo responde y no deja solos a sus semejantes. Ojalá y aprendamos esta lección, aunque, desgraciadamente, para muchos llegará tarde este aprendizaje.