El mejor modo de celebrar los 75 años de la diócesis de Albacete es recoger el legado que nos dejaron los que la pusieron en marcha y estar a la altura de su generosidad, perseverancia y esperanza. Cuando comenzó la andadura de la nueva diócesis y se tuvo que construir una red que diera consistencia a una nueva Iglesia local, tuvieron el arrojo de superar miedos y creer en las posibilidades de las comunidades que le debían dar cuerpo: vida religiosa, laicado y sacerdotes. Hoy nos corresponde, con la misma fe en el Reino y sus humildes operarios, fortalecer la colegialidad y asumir estructuras más participativas. Así se intentará, en conexión con el Plan de Atención Pastoral a la Diócesis aprobado el año 2009, en estrecha relación con la pasada Misión Diocesana y bajo la inspiración del Sínodo sobre la sinodalidad… pero, sobre todo, como fidelidad a la eclesiología del Concilio Vaticano II, que fue el humus donde se plantó y creció la diócesis de Albacete.
El Plan de Animación Misionera que propone la Escuela de Evangelizadores en colaboración con la Delegación de Apostolado Seglar, tiene como finalidad formar equipos de laicos capacitados para animar las comunidades, en cooperación con los párrocos y las congregaciones religiosas. A medida que se eduque en esta corresponsabilidad, se pretende lograr que los arciprestazgos se conviertan en auténticos equipos eclesiales, donde se programen y desarrollen los objetivos y se evalúe en conjunto con sacerdotes, laicos y vida religiosa. Este proceso llevará tiempo y requerirá mucha confianza entre los diferentes ministerios, vocaciones y carismas que constituyen la Iglesia en Albacete.
Mientras la Escuela de Evangelizadores y la Delegación de Apostolado Seglar preparan los itinerarios y metodologías de formación, este plan deberá ser discernido también por los equipos de sacerdotes y diáconos de cada arciprestazgo. Si lo consideran oportuno y realizable, ellos deberán proponer y acompañar a posibles candidatos para vivir una experiencia de aprendizaje y envío como agentes de pastoral, quienes podrán animar actividades, acompañar comunidades, compartir con los ministros ordenados el seguimiento y la coordinación de la acción pastoral en las parroquias. El ideal es que ninguna comunidad, por pequeña que sea o alejada que esté, carezca del apoyo que la Iglesia Diocesana debe ofrecerle. Es sabido por todos de las dificultades que existen en las comunidades parroquiales, especialmente en el mundo rural, para movilizar y asumir responsabilidades. Sin embargo, si se aborda desde el punto de vista de la urgencia evangelizadora y con una mirada contemplativa que ve los frutos del Espíritu, se encontrarán más personas y fuerzas de las esperadas. Se necesitarán tres actitudes compartidas por todos los actores involucrados: laicos, curas y personas consagradas:
Convicción. No se actúa por mera estrategia para paliar la falta de clero, sino por convicción eclesial: una Iglesia misionera es una Iglesia sinodal, en la que todos los miembros tienen algo que decir y mucho que aportar en la tarea común de la evangelización.
Conversión pastoral. Si se va a emprender algo novedoso, es porque hay algo que aún no se ha hecho: es necesaria una conversión pastoral que cambie el clericalismo por la colegialidad de laicos, religiosos y ministros ordenados; que sustituya el modelo de servicios (sacramentalismo) por un enfoque comunitario (itinerarios catequéticos y compromisos compartidos); y que fomente un espíritu de colaboración que supere el parroquialismo o las visiones particularistas.
Esperanza. El derrotismo en todas sus variantes (nostalgia del pasado, pesimismo antropológico y sociocultural, cinismo autocomplaciente…) impedirá que cualquier propuesta prenda en el ánimo de los agentes de pastoral (laicos, vida religiosa y ministros ordenados), enfocándose sólo en las dificultades sin darle una oportunidad al Espíritu, que actúa en cada momento de la historia.
Esta es la hora, y no podemos perder más tiempo, ni poner más excusas.